Columnas

Las actitudes ante la muerte

*Por Zakie Smeke

Phillipe Ariés (1914-1984), historiador francés y autor del libro, Morir en Occidente, investigó las diferentes actitudes y rituales que se tenían ante el fenómeno del fallecimiento en Europa. Sus estudios abarcaron un período de tiempo que va  desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX. Los resultados de su investigación son muy respetados y apreciados porque aportan de forma muy interesante, los giros que las diversas sociedades  occidentales han mantenido ante el fenómeno de la defunción. El escritor menciona esto en su obra: La Muerte Domesticada y La Muerte Oculta o Prohibida. No obstante, hay que subrayar que sus estudios no consideraron las representaciones e interpretaciones que sobre la muerte hay en otros países: Japón o México.

Durante la Edad Media y hasta finales del siglo XVIII, se presenta La Muerte Domesticada. El moribundo estaba advertido de su muerte, era consciente de ella y la esperaba mientras  yacía en su lecho, lo que le permitía hacerse cargo de su legado. La habitación del moribundo se convertía en un sitio público, a tal grado, que los médicos de fines del siglo XVIII se quejaban de la superpoblación en la habitación del agónico. Los parientes, amigos, vecinos y, sobre todo, los niños asistían al fallecimiento y veían al muerto. El hombre aceptaba la muerte como un destino colectivo y la socializaba. La relación con la muerte solía ser familiar y  se practicaban los rituales lúgubres. El duelo era público, visible y la muerte se recibía en paz sin el miedo a morir como algo natural y propio del destino.

Pero, a mediados del siglo XX, la actitud ante la muerte cambió y dio un giro de 360 grados frente a los ritos anteriores. La muerte tan presente y familiar en las sociedades medievales tiende en la modernidad industrial a desaparecer y ocultarse. ¿A qué se debe este desplazamiento del lugar de la muerte? En principio, aparece la institución hospitalaria. El Hospital se hace cargo de brindar los cuidados que antaño se recibían en la casa. La decisión sobre la  muerte pasó a ser una decisión a cargo del médico y del equipo hospitalario.

Todo lo relacionado con el fallecimiento es innombrable; morir se constituye en un tabú y, al moribundo se le oculta.

Pero, nuestro historiador no conoció la forma lúdica de relacionarse con la muerte propia de la cultura  mexicana. En nuestro país, la muerte se viste de colores, convive con la música, la comida, las flores y las calaveras. La Catrina, de José Guadalupe Posadas, es una figura emblemática del Día de los Muertos que se festeja el 1 y 2 de noviembre. Los niños están familiarizados con la muerte porque hay dulces. Se escriben las calaveritas que son versos jocosos y satíricos dedicados a un vivo. Hay miles de rituales porque como afirmó Octavio Paz, “Nuestro culto a la muerte es un culto a la vida”.

  • Doctora en Filosofía Política
  • Maestra en Periodismo Político
  • Psicoanalista

 

Arriba