Cultura

Otro robo perfecto

Sus movimientos eran suaves casi como una danza sus pies como si no tocaran el piso lo llevaban de un sitio a otro luego con sus manos en guantes negros pretendía tocar los objetos

Por Antonio De Marcelo

El robo fue perfecto, no dejo huellas, no dañó la cerradura, ni siquiera escuché ruido cuando salió por la ventana que, por cierto, no cerró dejándome a merced del frío de la madrugada.

Cuando la corriente gélida me despertó, jalé la cobija pero se me destaparon los pies y cuando los levanté para taparme la cobija estaba tan congelado que no pude hacer más, así que, con los ojos cerrados, sin siquiera calzarme las chanclas, me incorporé y caminé rumbo a la ventana, la cerré, ni siquiera pensé en el riesgo de pegarle a la base de la cama o a la cajonera con el dedo chiquito, como tantas veces me ha ocurrido.

Quería la continuación de mi sueño pero por más que me concentré no pude recuperar esa historia, incluso en la somnolencia de esas horas intentaba juntar los cachos de pensamientos que hicieron mi sueño, para contarlo por la mañana, así con esas vívidas imágenes me quedé dormido una vez más, aunque ya no hallé el arma que tenía en las manos.

Rebusqué entre mis recuerdos, mis cuentos, mis películas favoritas y mis deseos más profundos, pero no la ubiqué; era pavonada, relucía en el sol, que casi dejaba ciego a quien la mirase, y yo pensé con ironía, sino lo mato de un plomazo, al menos lo dejo como a José Feliciano.

No estoy seguro, pero en esos pedazos de sueño tenía entre mis manos una suave almohada, era como pelo de conejo, no sé, la abrazaba y me sentía seguro con ella en mis brazos, aunque se movía tanto, como si tuviera vida, que de pronto resbaló de mi y no la hallé más.

Pero tenía mi Mágnum 757, la acariciaba, y en tanto tenía los ojos cerrados sentía, miraba o percibía al malandro entrar por la ventana, caminar en la habitación, mirarlo todo y acercarse a mi preciado tesoro.

Ya había pensado en guardarlo en alguna parte, más como siempre la decidía me hizo posponerlo. Claro, quién podría entrar a mi habitación, nadie, máxime en mi sueño, donde la rota manija de la ventana era una barra de acero que solo alguien que la conociera por dentro podría abrirla.

Pero ocurrió, y ahí estaba yo, tenso como un músculo, listo para saltar como tigre al malhechor, no obstante era un sueño y como siempre algo me hacía muy, pero muy pesado, no podía mover las piernas, ni el cuerpo y menos gritar, como cuando se te sube el muerto.

Entonces me relaje, creí que si no hacía movimiento alguno el muerto se levantaría y yo podría no solo liberarme, además atacar el malhechor, quizá con un movimiento de kung fu, en mi sueño lo creía posible, o sacar mi arma y decirle como en las películas:

-No te muevas, no hagas un solo movimiento, quiero ver tus manos, da la vuelta sin movimiento bruscos y dime quién demonios eres-.

Sin embargo, algo me retenía y era como si tuviera un desdoblamiento y pudiera ver la escena desde fuera, yo acostado en esa cama, con los ojos cerrados como si durmiera profundamente y esa sombra que deambulaba por la habitación, primero alrededor de la cama, luego mirando la cómoda donde esta la televisión y después en la mesita, sus movimientos eran suaves, casi como una danza, sus pies como si no tocaran el piso, lo llevaban de un sitio a otro, luego con sus manos en guantes negros pretendía tocar los objetos, mi reloj, mi celular, mi cartera, mis anillos; incluso se detuvo en la canica que tengo en la cómoda la movió para un lado y para el otro, con una mano y con la otra, hasta que le aburrió ese movimiento y se enfocó en la mesa, de nuevo con sus pasos callados.

Yo no lo había invitado, pero él jaló la silla, se sentó a la mesa, abrió el toper y el maldito comió mi pollo a pequeños bocados, como si fuera su presa, le arrancaba pequeñas dentelladas hasta hacerlo salir en tiras pequeñas, que engullía mientras sus ojos penetraban la oscuridad de mi habitación.

Cuando terminó, el maldito dejó la silla en su lugar, miró alrededor y se marchó por la ventana, esa que me hizo despertar de frío.

Yo no hallé mi arma de nuevo en mi sueño, ni en la mañana cuando el sol, y unas granas tremendas de cagar,  me hicieron abrir los ojos.

Corrí al baño aún dormido y mientras estaba sentado pensé en todas esas cosas que había soñado.

Al salir vi el toper con mi pollo rostizado, ligeramente movido, me extrañó, porque lo había cerrado perfectamente, así que me asomé y lo siguiente que vi me dejó helado, el malnacido si se comió mi pollo, fue un robo perfecto, no dejó huellas, no dañó la cerradura, ni escuché el ruido de su fuga, pero en verdad que un día de estos mataré con mis propias manos a ese gato, hijoeputa, de la vecina del tres.

Foto: Antonio De Marcelo

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