Columnas

MÉXICO, SIGLO XXI

Por Marcos E.C.

– Ándale, pásame la manguera, me muero de sed.

– Toma, toma, que rica agua, con este calor ¡es lo máximo!

– Gracias Don Genaro, mañana venimos de nuevo al parque.

– Anden niños, con cuidado, aquí los espero. Estaré limpiando el pasto y podando aquellos juncos, para que todos puedan venir a jugar.

– Mira Tavo, ahí va doña Teresita y que “canastota” lleva, corre, ¡vamos a ayudarla!

– Buenas tardes Doña Teresita.

– Buena tarde, niños. ¿Cómo están?

– Bien Teresita, la vimos cargando esta canasta y venimos a ayudarla, parece que se trajo ¡toda la tienda de Don Fidel!

– Ay Ángel, tu siempre tan ocurrente. Traigo pan dulce, leche y chocolate. ¡hoy vienen todos mis hijos a merendar!

– ¡Que padre! ¿De quién es cumpleaños?

– De nadie Tavo, desde que vivía mi esposo, todos los viernes, nos reuníamos, a merendar y platicar.

– Bueno Teresita, ya llegamos, aquí le ponemos su canasta.

– ¡Gracias Tavo, gracias Ángel! Pero antes de que se vayan, escojan el pan que ustedes quieran.

– ¡Que rico! Gracias…

 

¿Dónde está ese México?

¿A dónde se fue, en qué parte del camino nos desviamos?

Añoro la vida, donde la calle, el barrio, la colonia, era nuestra casa. Donde no había desconocidos, donde el señor de la casa de la esquina era “don Raúl”, en la casa cuatro vivían los Pérez, en la cinco los García, pero todos éramos la misma familia.

Sabíamos el nombre de cada vecino, no todos eran “ese güey”.

Había respeto, por la seguridad, los bienes, las creencias y la vida en cualquiera de sus formas.

Cada noche era una fiesta, cenar con la familia, platicar los sucesos de cada día, la charla amena y respetuosa era personal, no había aparatos que nos distrajeran, no dejábamos a la familia por “conversar” con un extraño sin identidad, valorábamos la presencia, no la ausencia…

El agua no te enfermaba, te refrescaba; no teníamos que revisar el empaque de los alimentos… Las frutas y verduras naturales no tenían instrucciones de consumo. “instantáneo” en la cocina, era una palabra desconocida, todo llevaba su tiempo y su momento, era parte de la sazón, que nos caracterizaba como mexicanos.

No necesitábamos un desastre, para estar unidos. La solidaridad era algo común y cotidiano

Las palabras eran tan importantes como los hechos “palabras mágicas” decía mi madre:

  • Gracias
  • Por favor
  • Con permiso
  • Perdón, cometí un error.
  • Que tengas un buen día.

La edad era un orgullo, llamábamos “viejo” a nuestros padres y abuelos, a todos; lo hacíamos con veneración y respeto, eran nuestros emblemas y ejemplos de tenacidad, honestidad y honor. Las mujeres, señoras y señoritas, eran tratadas con deferencia y cortesía.

Amábamos tanto a nuestra patria, como a nuestra propia familia. Festejarla hinchaba nuestro pecho de orgullo patriótico, no patriotero y mucho menos motivo de desmanes y desfiguros. Cantábamos con orgullo El Himno Nacional, escucharlo en una ceremonia de premiación, hacía llenar nuestros ojos de lágrimas y ver nuestra bandera en lo alto, nos hacía decir convencidos de nuestra verdad “es la bandera más hermosa del mundo”.

Sentíamos respeto por el “gendarme” que cuidaba nuestras casas y del ejército ¡ni hablar! Era la gloria de nuestro país, y todos, chicos y grandes, los mirábamos con admiración y deferencia; ¿Quién de niño no quiso ser soldado o policía?
Hoy nos imponen de “modelo a seguir” a los ladrones, narcotraficantes, violadores y asesinos; personas sin escrúpulos, quienes lo hacen y quienes los ensalzan.

Sí, México en el siglo XXI, ¿Dónde lo perdimos? ¿A dónde se fueron los valores, que nos distinguían, del resto de los países del mundo?
En el extranjero al reconocerte como mexicano, la gente sentía un cariño especial, hoy nos miran con recelo. Antes éramos sinónimo de amabilidad, hoy de drogas y muerte.

Hoy mi México es bello, como nunca lo fue, pero cuando era niño, tenía mi México, un no sé qué…

 

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