Metropoli

HISTORIAS EN EL METRO

Me prometí que para la siguiente voy a hacer el recorrido solo, sin prisas

SUEÑA CON LA LUNA

Por Ricardo Burgos Orozco

En la Ciudad de México por lo normal siempre andamos a las carreras, de un lado para otro y poco a casi nada nos detenemos a ver los edificios o los lugares bellos o entretenidos que existen a nuestro alrededor. Los vemos como parte del paisaje citadino. Cuántas veces pasamos y ni siquiera volteamos a ver, por ejemplo, el Palacio de Bellas Artes, el Hemiciclo a Juárez, el Ángel de la Independencia, el Palacio Postal o la Quinta Casa de Correos, el Monumento a la Revolución, la Fuente de la Diana Cazadora, la Torre Latinoamericana, el Monumento a la Madre (Mi mamá, de Chihuahua al fin, tiene un refrán de ese monumento ¡Mucha piedra y poca madre!), el Monumento a los Niños Héroes y así.

En las estaciones del Metro también hay un riqueza infinita de sitios que vale la pena admirar, aunque las aglomeraciones y las prisas nos hacen ser indiferentes en muchas ocasiones y no los disfrutamos en todo lo que valen.

La semana pasada, en La Raza, que comunica a la Línea 3 con la Línea 5. Iba circulando a paso veloz, como muchos días anteriores, en el Museo Túnel de la Ciencia, que se abrió desde 1988, según una placa que vi. De pronto, al cruzar la Bóveda Celeste, bajé la velocidad de mis pasos, mientras la gente seguía con su acostumbrado acelere de un lado y otro de los pasillos. Me atrajo una pareja con una niña adolescente.

El acento me pareció conocido, parecía veracruzana, aunque ahora ya no sabemos, a lo mejor eran centroamericanos migrantes. El trío de personajes con acento costeño de quienes nunca supe ni les pregunté de dónde son, admiraban tranquilamente cada área del excelente espacio. Supuse que venían desde el inicio del túnel, en la Línea 3. Me acordé que hace algunos años en este mismo túnel quedé impresionado con una serie de fotos que representaban la pequeñez del ser humano ante el tamaño de nuestra Vía Láctea y del Universo.

No somos nada, pensé en aquel entonces y lo sigo pensando. Mientras caminaban, las tres personas comentaban lo que veían –la mujer más que los otros, una dama algo dicharachera–. Me acordé que, a diferencia de otros días, no llevaba prisa –por razones que no viene al caso comentar– y me detuve atrás de ellos, a prudente distancia, aparentando ser otro visitante. La señora era la que hablaba.

El hombre le daba la razón o mascullaba alguna frase. La chica, un poco tímida, casi se escondía detrás del pantalón de la señora, pero se reía con lo que decía su mamá. Mira Rita, le dijo a la adolescente señalando a la pared, apréndete eso: Sueña con la Luna y alcanzarás las estrellas. No sé muy bien qué significa, pero algo así como que si lo quieres, lo vas a tener, profetizó.

Mira, Chalo, esta es para ti: Todo hombre es como la Luna, tiene una cara oscura que a nadie enseña.  Casi de inmediato, la dama le recetó al marido otra frase en la pared del túnel: Tres cosas no pueden ser ocultadas por mucho tiempo, El Sol, la Luna y la verdad, Buda ¡Ándale, gordo! La niña sonrió cuando leyó: Por ir mirando a la Luna, me caí en la laguna, refrán popular. Yo iba muy entretenido escuchándolos.

En eso la mujer se detuvo y les pidió a sus acompañantes que regresarán a la entrada del Museo Túnel por algo que no entendí. Ahí ni modo que los siguiera. Los vi alejarse en dirección contraria mientras yo continué mi camino a la Línea 5. Me prometí que para la siguiente voy a hacer el recorrido solo, sin prisas. No sé cuándo.

Foto: Archivo (Ilustrativa)

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