Guardadas las debidas proporciones, su estatus contiene algunos elementos de la esclavitud vigente en el país hasta principios del siglo XIX. Quienes se dedican al trabajo del hogar no gozan de los derechos de la salud, a la pensión, al ahorro, a la alimentación o a la vivienda digna.
Cuando mejor les va es porque la relación con sus patrones deriva de un acto supuestamente caritativo, pero casi nunca contractual. Es prácticamente inexistente el porcentaje de trabajadoras del hogar que cuentan con un documento donde se avale el carácter su relación laboral.
Sectores de la sociedad que hacen uso del trabajo del hogar aplican estereotipos y directamente las estigmatizan, las maltratan y las invisibilizan. Se usa su trabajo y se desprecia su esfuerzo.
Con frecuencia el patrón o empleador dice que ganan mucho, que les dan más de lo que lo que hacen, aunque la mayoría obtiene menos de dos salarios mínimos. (El salario mínimo actual es de 70.10 pesos diarios).
El trabajo del hogar es fundamental para la vida cotidiana de millones de personas.
Sin quienes hacen las labores domésticas no podrían explicarse funciones públicas o privadas de hombres o mujeres, que sin ellas deberían de atender directamente las labores de la casa, preparar la comida, hacer la limpieza, planchar la ropa, cuidar a niñas y niños, entre otros quehaceres.