Por Enriqueta Vargas
Un día 31 de octubre a las 12 de la noche de hace casi 6 años, recibí la llamada de un chico que estaba privado de su libertad en un penal del Estado de Hidalgo para pedirme que les fuera a dar oración, que ya habían solicitado el permiso y se los habían otorgado.
Le dije que si, que estaría con ellos al otro día. Así que aunque sentí un poco de temor al otro día sin falta acudí y cuál va siendo mi sorpresa al ver un altar adornado como acostumbramos los días de muertos (eran días de los fieles difuntos).
Caras llenas de alegría me recibieron. Al terminar la oración me sorprendieron con una rica comida que prepararon ellos mismos.
Conversamos y traté de darles una palabra de aliento y animarlos para que no perdieran la fe jamás. Desde entonces cada 1° de mes acudo a penales a llevar un Rayito de luz y esperanza a los hermanos ahí recluidos.