El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en colaboración con la Universidad Iberoamericana y la Organización Editorial Mexicana, coeditó el libro De la Conquista a la Revolución en los muros del Museo Nacional de Historia.
Y es que, el Museo Nacional de Historia (MNH), Castillo de Chapultepec, resguarda fragmentos del pasado contenidos en objetos que en algún momento pertenecieron a los héroes patrios, pero también alberga en sus paredes obras plásticas de los sucesos históricos que forjaron la nación, los cuales fueron plasmados durante la segunda mitad del siglo XX por los integrantes del Movimiento Muralista Mexicano.
La obra hace un análisis desde distintas ópticas de las obras realizadas por destacados pintores como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Gerardo Murillo Dr. Atl, Juan O´Gorman, José Reyes Meza, Leopoldo Méndez, Jorge González Camarena, Arnold Belkin, Santiago Rebull, entre otros.
Salvador Rueda Smithers, director del recinto, señala en el texto de presentación que se trata de una publicación que reúne apuntes singulares de la relación entre narrativa plástica, historiografía y museografía. Los investigadores del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana y del INAH suman saberes y ofrecen las claves de lectura de artistas y murales que hoy guían a los visitantes al Castillo de Chapultepec por los últimos 500 años de la historia de México.
El historiador relata que con el fresco sobre el Triunfo de la República en 1867, plasmado por el jalisciense José Clemente Orozco en una pared del muro norte del Castillo de Chapultepec, comenzó el ensayo del muralismo museográfico en el recinto.
“Tan decisiva fue esta creación que las pinturas parietales que ya existían entonces en el Castillo, como Las Bacantes de Santiago Rebull y Alegoría de la Revolución de Fernando Solares, adquirirían el inapelable sentido pedagógico de la ecuación museo-muralismo”.
Desde la creación del fresco de Orozco —prosigue el historiador— han transcurrido más de siete décadas y tres generaciones de pintores, quienes han convertido en imágenes los relatos del pasado nacional y han dado formas al tiempo, han creado las líneas del rostro de héroes y heroínas lo mismo que de villanos y malqueridos a los que, por sus hechos, no se deben olvidar.
El director del MNH abunda en su texto que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, los pintores dejaron la impronta de las lecciones de historia plasmadas en los muros: no se trataba de recuperar el pasado tal y como las crónicas han dicho que fue, sino de acercarlo al presente, de re-presentarlo a través de las alegorías hechas con pinceles, espátulas y brochas.
El libro reúne los análisis de casi una docena de grandes pinturas que han vuelto familiares los perfiles de los personajes ejemplares que pueblan el imaginario de nuestra nación, hechos de trazos, pinceladas, palabras, voces muertas y recuperadas por colores, arenas, ceras, maderas y yeso.
Por su parte, la historiadora Dina Comisarenco Mirkin, adscrita a la Universidad Iberoamericana, escribe que los textos del libro se basan en una gran variedad de perspectivas y enfoques metodológicos: algunos desde la historia y otros desde la historia del arte; todos ponen en el centro las obras como una ventana abierta para asomarnos a la historia nacional y a la historia misma del muralismo mexicano, desde sus contextos creativos, las emociones y los afectos plasmados en la producción y en la recepción de las obras.
Los murales del Museo Nacional de Historia fueron hechos a iniciativa de tres de sus directores: Silvio Zavala (1946-1954), Antonio Arriaga Ochoa (1957-1974) y Felipe Lacouture (1977-1982), quienes comisionaron estos apoyos museográficos con “categoría artística”, convirtiendo al Castillo de Chapultepec en un nuevo promotor del movimiento muralista mexicano.
El proyecto, que inició a mediados del siglo XX, dio como resultado una gran diversidad de obras murales sobre distintos temas de la historia mexicana, principalmente desde la Conquista hasta la Revolución Mexicana, que manifiestan no sólo una gran riqueza expresiva sino además una gran variedad de matices ideológicos.
La experta añade en sus líneas que la antología incluye toda la obra mural del recinto, incluso aquella que fue realizada antes de que se convirtiera en museo o bien fueron traídas de otros espacios, ya que son parte de su acervo mural, y su existencia constituye un antecedente importante de la decisión del museo de incorporar nuevos murales.
Tal es el caso de Las Bacantes de Santiago Rebull, realizada entre la época del Segundo Imperio y el Porfiriato, entre 1866 y 1894, que es tratada por María Sánchez Vega; Alegoría de la Revolución Mexicana a cargo de Eduardo Solares Gutiérrez, de 1933, durante la presidencia de Abelardo Rodríguez, es estudiada por Guillermina Guadarrama Peña; y Vista panorámica de la ciudad de Puebla, realizada entre 1924 y 1930 por el Dr. Atl, y que entró a la colección del museo en la década de 1970, es analizada por Juan Manuel Blanco y Thalía Montes Recinas.
El libro cuenta además con dos textos, uno escrito por Rosa Casanova y otro por María Hernández Ramírez, sobre los antecedentes plásticos y algunos de los problemas planteados por los murales del museo en la construcción de la identidad patria nacional, de forma más teórica y general.
De igual forma, reúne un nutrido grupo de estudios particulares sobre los murales comisionados por el Museo Nacional de Historia, ordenados cronológicamente. Entre los artículos se encuentran Retrato de don Benito Juárez y alegoría histórica de la Reforma (1948) de José Clemente Orozco, análisis escrito por Ana Torres; Del Porfirismo a la Revolución (1957-1966) de David Alfaro Siqueiros, por Ma. Estela Eguiarte Sakar y Erika Escutia Sánchez.
Feudalismo porfirista como antecedente de la Revolución 1910-1914 (1970-1973) de Juan O’Gorman, por Marina Vázquez Ramos; y La llegada de los generales Zapata y Villa a Palacio Nacional el 6 de diciembre de 1914 (1979) de Arnold Belkin, por Dina Comisarenco Mirkin, entre otros.