De forma alarmante algunas democracias de nuestros tiempos son más nocivas que las viejas dictaduras pues hay una persuasión silenciosa hacia la obediencia que me parece terrible
Para el filósofo Ignacio Castro Rey, el horror de nuestro tiempos no está dado en formas de violencia, sino en un hecho más preocupante: la creciente, silenciosa y lenta decrepitud de las vidas, incluidos los jóvenes, a la que nos están induciendo quienes tienen el poder, pero de forma aún más extrema, por la propia imposición personal.
Dijo que, de forma alarmante algunas democracias de nuestros tiempos son más nocivas que las viejas dictaduras, pues “hay una persuasión silenciosa hacia la obediencia que me parece terrible”.
Castro Rey apuntó que la hecatombe a la que “está sometida la humanidad actual tiene que ver con esta mutación silenciosa de la especie, que no es inocente, que está constantemente inducida por nosotros mismos, y por quienes mandan”, que podría despersonalizar a los individuos para convertirlos en seres no pensantes ni actuantes.
“En general, es el peligro nuestro: si me descuido me convierto en un zombi de ver series televisivas, de atender a Hacienda y de seguir todos los consejos del gobierno, que me convierten en un inválido equipado, lleno de conexiones técnicas; ese es el peligro para todos los estratos. El terror es una lenta, silenciosa oferta a que mi vida no pese, que mi vida puede estar cubierta”.
Dijo que estamos frente a la peor de las religiones, esa que sólo tiene como dios a la cobertura, a la socialización a ultranza, a la conexión perpetua y mórbida, es decir, una serie de capas que nos recubren y nos forman pero que no dejan salir al verdadero ser, mismo que debe aparecer tras una metamorfosis.
“El libro está recorrido por una posible metamorfosis, que está en el captar el irrumpir de las cosas, es siempre una relación con lo oscuro que hay en nosotros, en todas las situaciones. Sólo consigo decir algo cuando por un instante me dejo llevar y entro en regiones insólitas de mí mismo, ajenas a mi identidad, mi currículum, etc. Si un minuto al día, consigue salirse de las capas de su identidad, hasta puede decir algo, esto implica ser distintos. Has hecho algo por fin”.
Sobre la ética del desorden
Respecto al libro Ética del desorden: pánico y sentido en el curso del siglo, el autor revela que el tema es la presencia brutal del mundo y la posibilidad que tenemos para ordenar lo que se nos presenta de imprevisto, aquello que sucede. “El libro sólo cree en la pedagogía del trauma, sólo cree en el beneficio de lo traumático; no cree que nada importante puede venir si algo no lo golpea”.
Apuntó que la ética del desorden alude a darle forma al desorden, “porque se diga lo que se diga casi nunca hemos elegido nada. Tengo que darle forma a todo eso (que no elegí y se me dio, por ejemplo, el nombre, la voz, la estatura). Esto constituye una vida”.
Castro Rey agregó: “El título se refiere a darle forma a lo que viene sin ser llamado. La temática es la presencia cruda de las cosas, la presencia bárbara del mundo, cuanto más bárbara, mejor; cuanto más inmediata, mejor; cuanto más cruda, mejor”. El objetivo, entonces, es entender cómo podemos soportar la infamia que es este mundo, a partir de habitarlo, percibirlo y vivirlo de otro modo.
La tesis que recorre el texto es una de las más ‘viejas y escandalosas del mundo’, según la cual, “el mundo es lo que acaece en una mente, el mundo es lo percibido por una mente y si no hay una mente que perciba no estamos hablando de nada, ni ocurre ni hay nada. Es escandalosa porque significa que el mundo pende de algo intangible y, además, el mundo depende del último de los hombres, el ser humano más humilde es el mundo”.
En ese sentido, manifestó, el más pequeño detalle tiene alcance universal y “cada cosa ocurre con una singular universalidad. El libro milita en un absoluto sensible que varía constantemente, milita en una épica de vivir, en la épica de existir, que le otorga a cualquiera de los seres humanos una absoluta responsabilidad. Milita en un platonismo de lo múltiple, que le concede a cada cosa que ocurre, por insignificante que parezca, un alcance universal, la universalidad de la idea”.
En la foto: Ignacio Castro Rey
Foto: IBERO