DE REPORTEROS

DOS GALLITOS

Por Marcos E.C.

El preanestésico  intravenoso facilitó el uso del laringoscopio para introducir la cánula endotraqueal. La anestesia inhalatoria fue llegando al organismo desde el respirador automático y la solución glucosada al cinco por ciento, goteaba acompasada introduciéndose al torrente sanguíneo a través de la canalización de la vena. Las ventosas del electrocardiógrafo transmitían los flujos representados en la pantalla por las crestas luminosas y el monótono bip-bip . La tensión arterial, 110-70; el pulso, 85 pulsaciones por minuto; el sistema respiratorio a una frecuencia de 16 por minuto.

El campo operatorio, previamente enjabonado, se tiño de color ladrillo por la aplicación de la solución de Isodine.

“No Jorge, es lo peor que puedes hacer. Una denuncia de ese tipo es ideal para que se desencadene una acción amarillista. Legalmente es imposible probar el delito dos meses después que sucedió. Tu buen nombre y el de tu familia, quedarán mancillados sin remedio. Además, la influencia de ese tipo de personas es enorme. Créeme, lo mejor es olvidar cualquier acción legal; es mi recomendación como tu abogado y amigo”

!Nada se podía hacer! Sintió un rencor incontenible ante su impotencia. Una rabia hacia todo se apoderó de él. Odio al sistema, a la ciudad deshumanizada que propiciaba que esas cosas ocurrieran; asco de la sociedad en que vivía.

Durante algunos días actuó furibundo con todo lo que le rodeaba. Requirió de una concentración especial en las intervenciones quirúrgicas que normalmente realizaba con aquella maestría que lo había convertido en uno de los cirujanos más notables del país. Solo cambiaba su carácter cuando estaba con su hija, a la que dedicaba ahora mucho tiempo, tratando de compensar la falta de atención durante aquellos largos años de lucha por consolidar su posición profesional.

Había tomado una determinación que analizó con Marta en las interminables noches de conversación y al fin se decidió. Un rápido viaje al extranjero. La oferta de la cátedra y la plaza en el hospital donde tantas veces era solicitado como cirujano definieron el lugar de su nueva residencia. Aquellas semanas fueron de gran actividad, agregando a sus múltiples ocupaciones en la atención la clínica, la atención a los corredores de bienes raíces, gerentes de banco y agentes aduanales. No obtuvo por sus propiedades lo que en realidad valían, pero cuando despidió a Marta y a su hija en el aeropuerto, había quedado liquidado prácticamente todos sus bienes y trasladado su fortuna. Faltaba solamente la negociación de la clínica con sus asociados.

Éstos, ajenos a su tragedia, trataron de convencerle “es la mejor etapa de tu vida, Jorge. ¿Cómo es posible que decidas irte del país ahora que todo va caminando tan bien?” Pero ante su insistencia al fin aceptaron comprarle su participación.

La rutina de los diez minutos del lavado –al tercio superior del codo, al codo, al antebrazo llenó el ambiente de olor ligeramente perfumado del jabón aplicado reiteradamente con el cepillo para limpiar uñas y puntas de los dedos. La alcoholera impregnó las manos y los antebrazos y la bata estéril cubrió el pijama quirúrgico. Las manos enguantadas fueron sacando de la autoclave los cuatro campos estériles que definieron el área operatoria. Una vez fijados estos con las pinzas de campo, la sábana hendida solo dejó ver las superficies teñidas de la piel.

Recordaba la reunión con los dos ex judiciales en el cafetucho donde se citaron. “para ese plan necesitamos otros dos compañeros. Si se tratara de otro, pero éste es un pez muy gordo y va a mover todas sus palancas. Es muy arriesgado”. Ofreció una cantidad importante “no doctor” respondió mañosamente el que llevaba la voz cantante “esos tipos están muy protegidos”. Dobló la oferta, siguió discutiendo los pormenores y cuando se despidió de ellos se había comprometido con una cantidad superior a la pensada.
“No importa”, se dijo “esos patanes van a conocer por una vez en su vida lo que es estar del otro lado”. No sentía ningún remordimiento por aquel acto ilegal que estaba perpetrando.

La trayectoria del escalpelo para piel siguió la línea del rafe medio, dejando al descubierto la superficie rojiza de la primera cortada. La incisión primaria permitió llegar a la túnica celular subcutánea, que fue cortada limpiamente con el bisturí de tejidos internos. Las ágiles manos aplicaron las pinzas Allys apartando el tejido amarillento, y los vasos, presionados por las pinzas Kelly, fueron ligados mediante nudos simples, tomados de la mesa Mayo sobre la que descansaba el instrumental quirúrgico.
las compresas que limpiaron los tejidos y apareció la nacarada superficie de la túnica aponeurótica

Le abordó cuando salía de su casa. Blanco, de poco cabello y gordura mal disimulada por el traje de fino casimir, se dirigía rodeado de guardaespaldas hacia su limusina. “señor Araujo, soy el doctor Jorge Cárdenas y tengo que hablar con usted de un asunto particular muy delicado”. “usted dirá doctor. Déjenlo, no hay problema. ¿Para que soy bueno?.
Habló largamente, con voz entrecortada por la ira y la emoción. Le habló de padre a padre, de hombre a hombre. No pudo evitar las lágrimas. Le exigió un escarmiento ejemplar. Por momentos se preguntó qué estaba haciendo allí. No pedía la reparación de la falta, tal vez buscaba venganza, no sabía, algo, una reacción iracunda, conmiseración, algo.
El líder le escucho calmadamente con la vista fija en las puntas de sus lustrados zapatos. Asentía de vez en cuando. Después colocó sus regordetas manos en sus hombros “Pues mire usted doctor, así es la vida, y a partir de ahorita cuide mejor a su gallina, pues ya sabe que mis gallitos andan sueltos” y se dirigió carcajeándose a su automóvil.
Recordó cómo se le nubló la vista cuando quiso lanzarse sobre él. Aún sentía el cañón de la potente Colt 45 y la pestilencia del aliento del guarura. “Calma doctorcito, mejor ni le mueva o le va mal; total usted es médico, sáquele el escuincle y todos en paz”.

El bip-bip del electrocardiógrafo continuamente acompasado y el ritmo respiratorio normal. La incisión se efectúo ahora en el cremaster. Los músculos fueron apartados hasta dejar al descubierto la blanquecina superficie de la túnica fibrosa profunda. De nuevo las pinzas Allys ampliaron el campo para permitir al bisturí llegar a la túnica serosa. Los conductos deferentes aparecieron y las hábiles manos las ramas del nervio pudendo interno. Las pinzas Kelly presionaron cada conducto en dos puntos que permitieran efectuar el corte entre ellos. La tijera Mayo fue reemplazada, en los dedos del cirujano, por el catgut crómico doble cero con el que suturó los conductos y las venas. Continuó la disección sobre la cara posterior del órgano, esta vez con las tijeras Metzenbaun.

Hacía algún tiempo que la veía cambiada. Aquella alegría tan natural en ella había desaparecido; se encerraba en su cuarto con el pretexto de estudiar, y las pocas ocasiones en que podían conversar –generalmente tarde, cuando salía de la clínica- respondía a sus preguntas con monosílabos. Fue Marta la que le dio la noticia, hacía ya tres meses, aquella noche que significó en su vida un cambio fundamental. No supo que decir; sintió primero un hueco en el estómago y después una sensación de ira creciente contra todo, contra su esposa que no podía contener el llanto, contra él mismo por su impotencia, contra su hija adorada a la que aún veía como una niña, su niña rubia de triciclo y rodillas raspadas. No podía ser, los años habían pasado y de pronto le golpearon inmisericordes. Recordaba que salió de su recámara furiosos y apenas oyó la voz de Marta que le decía “no Jorge, habla con ella mañana, es muy noche ya, déjala dormir y trata de calmarte. Por favor hablemos nosotros primero”. Abrió la puerta del dormitorio de su hija; tenía la lámpara de mesa prendida como todas las noches –aquel miedo infantil a la oscuridad que no había podido vencer- y estaba acurrucada, con las sábanas cubriéndole el rostro. Se dirigió a su cama y la sacudió tomándola por los hombros. No dormía y cuando vio su rostro congestionado por el llanto y aquella mirada suplicante y asustada, le invadió la ternura y la abrazó fuertemente. Se mantuvieron entrelazados largo tiempo hasta que pudo controlar aquella opresión en la garganta y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. “cuéntame hijita, cuéntame todo”.

La pieza es colocada sobre la vasija riñón. Desde lo más profundo del corte se coloca un penrose que pasará por todas las capas suturadas hasta el exterior. Se retiran las pinzas Allys de la capa serosa y los cambios de calibre de los catguts crómicos van indicando las túnicas suturadas hasta llegar a la piel. La bata estéril, empapada en sudor, muestra la tensión del cirujano que toma de la mesa Mayo el hilo de seda.

Trató de ordenar sus ideas mientras recorría a pie las cuatro calles que separaban su casa de la mansión del conocido líder obrero. No había podido dormir aquella noche. Salió del cuarto de su hija cuando esta se quedó dormida en sus brazos, mucho más tranquila después que él le ofreció su apoyo y comprensión.
Aquellos malditos rufianes. Aquellos delincuentes casi adolescentes, viciosos, degenerados por el poder y el ocio, a los que recordaba rondando en su convertible cuando su hija salía a la escuela. “me siguen a veces y me dicen cosas, que me invitan a una fiesta, que no sea fresa y todas esas tonterías, pero me caen muy mal, papá son unos vagos” ¿Por qué no había intervenido antes? Ahora ya era tarde. Se apoderaron de ella cuando se dirigía al estacionamiento del colegio. No, no la golpearon, solamente la pistola en la sien “Si no quieres por las buenas, será por las malas chulita”. El terror que la enmudeció en el trayecto hasta el lujoso departamento, las súplicas inútiles, el alcohol ingerido a la fuerza, las manos ávidas y torpes manoseando su cuerpo, la violación salvaje, el sentirse mancillada una y otra vez, el vacío, el dolor, la vergüenza. “Si cuentas algo de esto a tus jefes, te va peor. Ahora te llevamos a tu carro y te vas a tu casa como si nada. Total, ya te tocaba. Por las buenas hubiera sido mejor, pendeja”

Las puntadas de Sarnoff van cerrando la herida y con un punto queda ligado el Penrose. La piel suturada, amarillada ahora por el tinte de benzal. La sábana hendida y los campos estériles son retirados. El aparato de anestesia se desconecta y la cánula endotraqueal extraída. Las ventosas al ser removidas silencian el electrocardiógrafo y el suero deja de fluir. Sobre la herida suturada se aplican gasas y apósitos esterilizados fijados por bandas adhesivas.

Se quitó los guantes quirúrgicos, la bata el tapabocas y mientras se vestía, recorrió con la mirada, a través del cristal divisorio, el quirófano; había efectuado su última operación y a partir de ese momento dejaría atrás para siempre, la clínica, la ciudad y tal vez los recuerdos que le habían obsesionado los últimos meses.
Se dirigió a su despacho y abrió el portafolios sobre el escritorio. Allí estaba todo lo necesario; el pasaporte, el boleto de avión los documentos migratorios.
Sacó de un cajón un paquete voluminoso, se puso la corbata y marcó el número telefónico del sitio de taxis. Revisó la habitación, los estantes llenos de libros, la pantalla de radiografías, las pequeñas porcelanas de especialistas médicos caricaturizados. Tomó el saco de la percha y se dirigió hacia la sala de recepción. Ahí le esperaba el ex judicial contratado. “tenga” le dijo entregándole el paquete “aquí está el resto del dinero convenido y terminen el trabajo” y salió presuroso a la calle donde le esperaba el taxi.

-Los muchachos no vinieron a dormir otra vez, creo que ya es hora de que les llames la atención. El líder Prudencio Araujo tomó medio vaso de jugo de naranja, antes de contestar a su mujer.
-Déjalos vieja, están disfrutando su juventud, ya tendrán tiempo después para entrarle a las responsabilidades- y se metió a la boca una porción de huevos a la mexicana.

-Un día de estos se van a meter en un problema serio, Prudencio.
– Ya déjame en paz con esas broncas, que hoy tendré un día pesado, tengo que convencer a una bola de pinches indios, porque les conviene llegar a un acuerdo con sus patrones, pendejos- contestó al tiempo que se servía otra taza de café, después de eructar sonoramente.
-¡Jefe, venga rápido, que acaban de tirar de un carro a los jóvenes!- El guarura grito desde la puerta del comedor.
El líder salió corriendo, con la servilleta aún prendida al cuello de la camisa. Cuando llegó al jardín traían cargando a sus hijos que, pálidos, balbuceaban ininteligiblemente.
– ¿Están heridos? Preguntó angustiado, acercándose a ellos.
-No creo jefe, no se les ve sangre por ningún lado.
– ¿Qué pasó muchachos, los golpearon? – y revisó con cuidado los cráneos de los jóvenes semiinconscientes. Ellos entreabrieron los ojos y comenzaron a hablar tartamudeando.
– Que me late que estos cabrones ¡están drogados ¡Llévenlos a su cuarto y háblenle al doctor Pérez! Qué razón tenía mi vieja ¿Qué fue lo que pasó?.
-Casi no nos dimos cuenta jefe. Era un auto blanco sin placas, nomás se paró un ratito y empujaron a los jóvenes y salieron volados. No nos dio tiempo ni de seguirlos, corrimos a recoger a los muchachos.
-Bola de pendejos, aquí mismo frente a la casa y no fueron ni para tirarles unos balazos- gritó regresando apresuradamente a la casa.
-Jefe, también tiraron esto- y le entregaron un pequeño paquete y un sobre. De éste sacó una hoja sin membrete ni firma, mecanografiada pulcramente. Leyó con avidez.

Estimado señor Araujo:
Después de meditar acerca de su consejo, decidí seguirlo y le aseguro que a partir de hoy voy a cuidar a mi gallina.
Puesto que sus dos gallitos andan sueltos, me permití tomárselos prestados unas cuantas horas. Le garantizo que las intervenciones quirúrgicas fueron todo un éxito y en unos días sus gallitos se sentirán como nuevos.

P.D. A propósito, en el paquete adjunto le estoy enviando los cuatro espolones.

Ilustración: Marcos E.C.

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