Sebastián Godínez Rivera
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró el 2 de abril como el día de la independencia, puesto que en su discurso para anunciar los aranceles en el mundo destacó que “hoy es el día que renació la industria estadounidense”. El mensaje no es un hecho aislado y tampoco es una maniobra única, sino que todo está sustentado en una estrategia bien pensada que va más allá de un análisis sobre la personalidad populista y apelar a la política de los sentimientos. Lo que el republicano está construyendo no es solo su aura caudillista, sino que está impulsando el nacionalismo iliberal de la Unión Americana.
Es decir, Trump no solo es un animal político que rompe con los moldes tradicionales de los populistas; el magnate de Queens no solo es el presidente de los Estados Unidos, sino el CEO de esta nación. Al igual que otros empresarios que se hicieron con el poder en sus naciones como Silvio Berlusconi en Italia o Nayib Bukele en El Salvador, Trump es uno de los personajes que se cataloga como neopopulista, pero también es un radical nacionalista.
Estas categorías analíticas sirven para tener un hilo conductor sobre el perfil de Trump. Ahora bien, mucho se ha escrito sobre su posición en el espectro político, sus políticas, sus discursos y hasta su ropa. Sin embargo, en este texto analizo el impacto de su personalidad empresarial nacionalista con el famoso día de la liberación. En primer lugar, cabe destacar que su administración ha estado marcada por el ascenso de los gigantes tecnológicos que le acompañan como los dueños de Tesla, Elon Musk; Amazon, Jeff Bezos; y Mark Zuckerberg dueño de la plataforma Meta.
Esta alianza desnuda a la llamada élite del poder, como lo denominó Wrigth Mills en el libro del mismo nombre; esto puede ser contradictorio con su discurso nacionalista en el que denuncia a las élites y apoya al pueblo, pero no lo es. Al contrario, Trump sabe del poder que tienen estas compañías en el día a día de los americanos, lo cual denota un acercamiento entre los magnates y las mayorías, que si bien no apela a una redistribución de la riqueza, si muestra una unificación de las principales empresas que influyen en la economía.
Segundo elemento, el repúblicano se ha rodeado de estos emporios con los cuales aspira a hacer grande a América de nuevo. Trump sabe el impacto que tiene la tecnología y por ello se ha rodeado de ellos, más allá del dinero que aportaron a su campaña, el mensaje es claro: el engrandecimiento de Estados Unidos es de la mano de los gigantes tecnológicos. Dependiendo el autor, el republicano puede ser llamado un nacionalista radical, según Cas Mudde; un naciona-populista, Federicho Finchelstein; un nativista de acuerdo a Thomas Piketty; y según Norris e Ingelhart un neoconservador.
Independientemente de la denominación, lo cierto es que tiene tintes nacionalistas muy marcados en sus discursos y en sus políticas, por eso la constante amenaza arancelaria. Empero, sus arrebatos son muestra del debilitamiento de la otrora potencia hegemónica que venció en la Guerra Fría; a través del comercio busca sacar ventaja y recuperar terreno frente a diversas potencias emergentes.
Trump repite constantemente que su país sufre un enorme déficit, derivado de acuerdos inequitativos con países que abusan de la Unión Americana. No obstante, la respuesta al desgaste estadounidense está en el propio corazón del país y en el cambio de patrón monetario; Bretton Woods sentó las bases del oro-dólar, es decir, las monedas estaban respaldadas en reservas de oro.
Con la llegada del modelo desregulador y el fin de Bretton Woods, se impuso el libre mercado, poniendo en el centro del mundo a la especulación. Desde 1974, cuando Richard Nixon anunció el fin del patrón oro-dólar, la divisa norteamericana se convirtió en la dominante, sin embargo, ya no tenía ningún respaldo físico o algún otro elemento. Estados Unidos es la única nación que puede endeudarse y seguir imprimiendo billetes, luego entonces, el comercio ha estado sujeto a intercambios desiguales.
El endeudamiento ha estado pasado factura a la economía estadounidense, muestra de ello la crisis de 2008-2009 y desde ese momento el mundo ha estado en constantes espirales de crecimiento y estancamiento. Lo que pretende hacer Trump es subsanar ese déficit, declarando una guerra arancelaria y sacando ventaja de socios y adversarios comerciales.
Su promesa de hacer grande a Estados Unidos de nuevo va en ese sentido, obligar a que empresas inviertan en su país y generen mayores empleos. Ya no interesa si las naciones que amenaza son socias como la Unión Europea o Japón; o si son adversarias como China y Rusia. El objetivo central solo puede entenderse desde su visión de empresario, la cual versa sobre aplastar a la competencia por cualquier medio; esto ha sido claramente plasmado por él en sus libros e incluso en los programas de televisión en los que ha aparecido.
Trump quiere robustecer la economía norteamericana a costa de otros actores económicos y debilitando a sus competidores. Esta solo es la muestra de que su política exterior y económica descansa sobre su visión empresarial. Por otro lado, la forma en la que ejerce el poder en el interior de Estados Unidos, tiene que ver con una escuela de pensamiento de la Administración Pública, que es la nueva gestión pública, pero ese es tema de otro texto.
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