Espectáculos

Alejandro Camacho encarna el miedo en “El Teatro del Terror”: una experiencia escénica inmersiva

Claudia Carrillo 

Alejandro Camacho, figura ineludible del teatro mexicano, regresa al escenario para habitar un espacio donde la razón se fractura y el alma se confronta con sus rincones más sombríos. “El Teatro del Terror” no es una obra sobre fantasmas externos, sino sobre los que habitan dentro de nosotros, agazapados en la mente, esperando el momento propicio para desbordarse.

La obra, dirigida y adaptada por Eduardo Ruiz Saviñón, se inspira en los relatos “La declaración” de H. P. Lovecraft y “El corazón delator” de Edgar Allan Poe. Ambos textos son retratos clínicos del descenso a la locura, y en manos de Camacho se convierten en confesiones febriles de personajes devorados por el peso de su conciencia, la culpa o el delirio. La puesta en escena no busca sustos inmediatos, sino sumergir al espectador en un estado de tensión psicológica sostenida, donde cada palabra y cada silencio revelan la fragilidad de la mente humana.

Con apenas unos elementos escénicos, iluminación precisa y un diseño sonoro envolvente, la obra construye un universo cerrado, opresivo, donde no hay escapatoria posible. La música original de Jorge Reyes y Max Jones intensifica la sensación de encierro mental. El espectador se convierte en testigo —y en cierto modo, cómplice— de una confesión desesperada, que en lugar de redención solo encuentra abismo.

“El Teatro del Terror”  tiene  su temporada inicial los últimos dos fines de semana en el Foro Silvia Pasquel de la Ciudad de México, un espacio íntimo que acentúa la densidad emocional de la obra. En esa cercanía, el horror no se ve: se respira. La gira nacional incluye funciones en el Teatro Manuel Doblado de León, el 23 de agosto, y en el Teatro Las Torres de Naucalpan.

La actuación de Camacho es austera, pero hipnótica, donde no hay necesidad de máscaras ni artificios. Cada gesto, cada sombra proyectada en su rostro, es una grieta por donde se asoma la demencia. La voz, modulada al borde de lo insoportable, encarna a un ser desgarrado por fuerzas que no puede controlar ni comprender. Es una interpretación que no busca agradar, sino perturbar.

Esta puesta en escena no ofrece respuestas ni consuelo. Por el contrario, es un espejo oscuro que refleja los temores primitivos: la culpa sin redención, la soledad absoluta, la certeza de que todos albergamos un rincón donde habita lo monstruoso. Es una obra que incomoda, que deja una herida abierta, y que acompaña al espectador mucho después de que cae el telón.

“El Teatro del Terror” se instala en el territorio de lo ominoso: allí donde lo familiar se vuelve extraño, y donde el verdadero enemigo no es una criatura fantástica, sino la mente que se desmorona lentamente bajo el peso de sus propias obsesiones. En un tiempo donde el entretenimiento busca distracción, esta obra propone una inmersión hacia lo más profundo del alma humana. Y lo que ahí se encuentra no siempre puede nombrarse.

Camacho, en plena madurez artística, se lanza al vacío con una obra que exige tanto del actor como del espectador. No es una experiencia para todos. Pero quienes se atrevan a cruzar ese umbral, no saldrán indemnes.

Fotos: Cortesía

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