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El espejo de los autoritarismos

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Sebastian Godìnez RIvera

El mundo a lo largo de los siglos ha presenciado el auge y la caída de personajes autoritarios, emperadores, reyes y presidentes. Pero quizá el mundo nunca había estado en un momento donde lìderes electos se ven seducidos por sus pares que han envejecido en el poder o anhelan prácticas pasadas. El Salvador selló su destino el jueves 31 de julio cuando la Asamblea Nacional dominada por el partido Nuevas Ideas aprobó la reelección indefinida y la extensión del mandato presidencial de cuatro a seis años.

Varios miembros del oficialismo clamaron en redes sociales que la permanencia en el poder es para dar continuidad al proyecto que ha refundado a ese país. Otro de los argumentos fue que “el pueblo tiene derecho a decidir la permanencia o culminación de un ejecutivo”. La historia nunca es cíclica, pero si no se tiene cuidado puede volver a repetirse. Los mismos argumentos los utilizó Hugo Chávez en Venezuela para ganar el referéndum de 2009; en Nicaragua, Daniel Ortega recibió en 2024 la posibilidad de “profundizar la revolución”.

Sin embargo, no son las únicas naciones que tienen la posibilidad de tener una presidencia vitalicia. En África, Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial ostenta el título de el presidente que más lleva en el cargo, desde 1979; en Camerún Paul Biya sigue sus enseñanzas, desde 1982 ejerce el poder y en 2025 aspira a otro mandato, tiene 92 años de edad. En Asia la historia no es distinta, en Turkmenistán, Gurbangulí Berdimujamédov ejerció el poder desde 2006 a 2022; mientras que en China, el Partido Comunista eliminó los límites de mandato desde 2018.

Todos los países antes mencionados tienen algo en común, son regímenes autoritarios en los cuales la democracia no existe, las instituciones están sometidas a un solo hombre y la fuerza se impone sobre el diálogo. Sin embargo, El Salvador tiene un distintivo y es que cuenta con un líder carismático que ha seducido a sus connacionales y hasta algunos presidentes de la región.

Bukele no solo es un autócrata cualquiera, al contrario, su plan fue más elaborado para acceder al poder. Movilizó los sentimientos de hartazgo con el bipartidismo y fundó su propio partido y con apoyo de las redes sociales forjó una base social. A través de posts, likes y en vivos las y los salvadoreños vieron a un líder joven y disruptivo;  cuando ganó la presidencia prometió combatir  la criminalidad con puño de hierro y esto le ganó el apoyo de las mayorías.

Luego intentó aprobar un plan de seguridad que instauró el estado de emergencia, suspendiendo libertades y derechos políticos. Sin embargo, la oposición se negaba a aprobarlo y movilizó a sus seguidores para que salieran a las calles. También llamó a la policía y al ejército para ingresar a la Asamblea y que aprobaran su plan. Sin duda lo logró, el joven presidente ya había dado una prueba de que la democracia era buena, pero su voluntad era más grande.

Obligó a tres magistrados de la Sala Constitucional a renunciar y luego se nombraron a otros perfiles afines a Nuevas Ideas, con esto se terminó la incomodidad del Poder Judicial. Seguido de esto, Bukele interpretó la Constitución la cual prohíbe la reelección inmediata; sus magistrados dictaron una sentencia en la que se estipuló que si este se separaba del cargo entonces con 6 meses de antelación podría competir y así lo hizo. Como era de esperarse ganó con el 82% de los votos, pero para el segundo mandato Bukele imprimió su propia marca.

Salió al balcón presidencial con una chaqueta con bordado de oro y color azul marino, el caudillo era aclamado por las mayorìas. Prometió continuidad de su proyecto, mano dura contra las pandillas y estabilidad económica. El joven presidente emulaba a los antiguos caudillos del siglo XIX que fundaron las repúblicas latinoamericanas, ahora era su turno. Existen varios conceptos en Ciencia Política para denominar al poder concentrado en las manos de un solo hombre: tiranía, régimen sultanístico, autocracia, dictadura entre otros.

La única certeza es que el régimen es autoritario, Bukele recibió el poder absoluto que a muchos otros les llevó mucho tiempo. Por ejemplo, Daniel Ortega perdió el poder en 1990 y volvió al poder en 2006, pero tuvo que esperar hasta 2024 para la reelección indefinida. Sin embargo, el mandatario salvadoreño cuenta con la vitalidad que los personajes mencionados con antelación no tenían cuando asumieron el poder.

El Salvador debe verse en el espejo de la vecina Nicaragua; quien en su momento prometió la derrota de una dinastìa y la llegada de la democracia hoy actúa como los Somoza. La familia Ortega se ha enquistado en el poder, formando una autocracia plagada de corrupción y cimentada en el miedo. Un guerrillero envejecido, enfermo y hermético se sostiene en el poder a través de la persecución de los viejos aliados, pisoteando los preceptos de César Augusto Sandino y modificando el régimen a su imagen y semejanza.

Bukele debe voltear hacia Nicaragua porque su destino no será distinto, él ha visto germinar la semilla del autoritarismo y esta comienza a dar frutos. Mientras más autoritario se vuelva, la inconformidad surgirá, pero las sonrisas y posts no serán suficientes y los discursos se agotan. Encerrarse en un palacio presidencial, manteniendo la lealtad de las fuerzas del orden y endureciendo el régimen es solo el comienzo. Dos autócratas se miran a la cara uno envejecido, Daniel Ortega, frente a otro lleno de vitalidad, Nayib Bukele.

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