Por: ARMANDO RÍOS RUIZ
Nadie pudo imaginar que el mejor propagandista del PRI pudiera ser el senador de Morena, Gerardo Fernández Noroña.
Los priistas no hubieran soñado nunca con pedirle sus favores para reposicionarse, porque simplemente no es posible confiar en él político hipócrita y engreído. Ningún partido hubiera acudido a él jamás, por una sencilla razón: su presencia es repugnante y aborrecible a kilómetros de distancia. Sin estar cerca, da la impresión de que hasta huele mal.
Pareciera que designios divinos intervinieran en favor del tricolor para rescatarlo de su debacle inminente, dirigido por el campechano Alito Moreno, otro político que también ganó mala fama desde que se convirtió en gobernador de su estado, en donde sembró una estela bastante nebulosa de corrupción, pero para su buena suerte, con una presencia grata y reemplazado en el gobierno por una mujer digna de Morena, autoritaria y abusiva, además de muy desagradable.
El pleito escenificado en la Cámara de Senadores fue algo así como arrancado por inspiración celestial. Como hubieran sido los resultados, habrían favorecido de todas formas a Alejandro Moreno, debido a que la confrontación fue con uno de los peores políticos que haya conocido este país. Y qué bueno que Noroña no respondió la agresión con hombría, porque si hubiera asestado un solo golpe a Alito, el pueblo de México se lo hubiera comido vivo.
Las redes sociales dieron cuenta de una parte importantísima de la población, que se volcó a favor del priista y de esa manera puso de manifiesto, más que nada, que Noroña está apestado. Y es que el rechazo a este personaje está cimentado en sus acciones a través del tiempo. El pleito era el ingrediente que faltaba para alentar a los mexicanos a plasmar su repulsa.
El mismo individuo se encargó de alimentar aún más el rechazo, cuando después de los hechos, no se ha cansado de victimizarse y de pretender que la gente vea un video con su propia óptica. Alega que fue víctima de una agresión brutal, de la que salió con vida gracias a Dios, cuando no le es posible presentar el más leve rasguño. Los rozones no le dejaron huella y debe lamentarlo.
Se vio muy maricón, como califican muchos, cuando dice que le pegaron a un hombre de 65 años. No es viejo. No se ve cansado. No se ve menguado. Al contrario, se le ve gigante y fuerte. Pero la verdadera fuerza está en el corazón. El suyo está sostenido por su boca de la que emergen sapos, querellas y llanto. Listo para lanzar insultos a las mujeres y a quienes cree más débiles.
Durante los acontecimientos, Alito era el pequeño. Pero con un corazón gigante que obligó a retroceder a Goliat, con cara de espantado. Por más que el tipejo y desde la Presidencia inviten a ver la agresión para convencer de que el agredido fue Noroña, la película no cambia. Se aprecia que el primero en forcejear fue el bravucón de una vecindad del centro de la ciudad y hoy flamante millonario.
El reto lleno de bajeza lanzado al panista Federico Döring, que ni siquiera es santo de mi devoción, fue pura pose. Le dijo que a partir del primero de septiembre estaría a sus órdenes en el terreno que quiera, pero sólo para intimidar. Seguramente llegado el momento, dirá lo que se sabe le dijo a Genaro García Luna cuando lo increpó con dureza en una comparecencia y al encontrarse en el baño se rajó de pies a cabeza con la frase de que todo era teatro.
Ha presumido de que tiene millones de seguidores en las redes sociales y tal vez es cierto —también tal vez no lo es, porque se trata de un mentiroso compulsivo y no me atrevería siquiera a asomarme a sus redes sociales, por no contaminarme—. Pero nos obliga a elucidar que es el prototipo de los que se parecen a él. De los que comulgan con sus infamias y sus bajezas.
Alejandro Moreno y el PRI deberán aprovechar al máximo este aliento desmesurado como no imaginado, que acaban de recibir y que llenó las redes sociales de ingenio mexicano. Hubo quien lanzó una expresión perspicaz que dice: “te odio Noroña, porque me hiciste querer nuevamente a Alito”.
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