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Heridas emocionales

Por: MARISSA LLERGO

Sanar es camino largo.

Todos tenemos heridas emocionales que datan de nuestra infancia. Son causadas por las circunstancias en que fuimos criados y la forma en que percibimos dichos acontecimientos. Por regla general, las tenemos desde pequeños. La única manera efectiva de sanarlas, es trabajar con ellas cuando la vida misma nos pone a prueba.

La mía, la principal, está relacionada con el miedo al rechazo. He trabajadomucho en cada capítulo de mi vida, esforzándome por hacer las cosas siempre de la mejor, manera, dando mi máximo esfuerzo y aprendiendo sobre la marcha. En mis tantos años de existencia, he estudiado mucho y muchos temas.

Cada logro me llena de satisfacción. Pero ahí dentro, a un nivel muy profundo, el deseo de aprobación persiste, tercamente, negándose a desaparecer por completo.

Recientemente me vi sometida a prueba en este sentido. Las circunstancias no las pongo en papel, pues es lo menos importante. El caso es que por proteger a un infante, por impedir que hiciera algo peligroso para èl, lo asusté, o lo frustré y echó a llorar.

A pesar de haber hecho lo correcto, pude captar miradas de desaprobación, que a, provenir de seres queridos, detonaron esta antigua lesión.

Sentí un dolor amenazante en mi garganta. Ganas de llorar. De alejarme. De encerrarme en mi propio recinto interno…

Pero, hice algo muy diferente. Primero, expliqué en voz alta, las razones por las que actué de esa manera. Además, pensé: quien quiera entenderlo, que lo entienda, y quien no, pues no es mi problema.

Ahora que ya pasó, me doy cuenta que lo manejé correctamente.  Sin embargo, sentía en mi garganta una pinza, un grillete que me la atenazaba fuertemente.

– Así que allí está la emoción negativa. – pensé.

Comencé a hacer respiraciones profundas, dejando entrar fuertes bocanadas de aire limpio, nuevo, para dejar salir por la garganta, ese dolor que no tenia porque conservar en mí.

Las lágrimas salieron también, como agua purificadora. En cuestión de quince minutos, pude expresar este sentimiento en voz alta. Al cabo de media hora de este ejercicio, ya no había dolor, ni ganas de llorar, ni siquiera enojo. Para ese momento, todo mi ser estaba convencido de que había hecho lo correcto.

Y, que si otros no lo veían así, era su problema, no mío.

El miedo al rechazo, es una de las heridas emocionales de la infancia más profundas, pues nos conduce a rechazarnos internamente. Esto es, que reflejamos la desaprobación de otros y nos descalificamos. Nos aislamos.

Sentimos que no somos merecedores de afecto, comprensión, aceptación. Eso nos lleva a comportarnos con inseguridad. Con miedo a que los demás se alejen.

A todos nos puede suceder. Habiendo pasado esta prueba con diez, te invito a tomar las ruedas de tu vida con ambas manos y a todo pulmón, para aceptarte, sacar la casta y las emociones negativas y así seguir adelante con tu evolución terrenal.

¡Sí se puede! Y cada vez, es un poco más fácil de lograr.

Con amor.

Marissa Llergo.

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