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El envejecimiento de los autoritarismos

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Sebastián Godínez Rivera

El ascenso de los líderes autoritarios al poder está marcado por la idea de una permanencia longeva en el gobierno. En algunos casos así es, a través del estilo personal de gobernar, como en Corea del Norte, a través de la dinastía Kim y que ha sido un método efectivo para que abuelo, padre e hijo retengan el poder. En otros, se hace a través del partido oficial, China y su politburó que designa al presidente en turno, así como en Vietnam y Laos.

Mientras que en otras latitudes se forman regímenes sultanísticos, de acuerdo a Linz y Stephan que necesitan de un líder personalista para mantenerse como la Nicaragua de Daniel Ortega, Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang, Leonidas Trujillo en República Dominicana o Francois Duvalier en Haití. Sin embargo, la permanencia en el poder de varios de estos personajes se debe al alto o bajo nivel de institucionalización, la existencia de una ideología o una mentalidad y la vitalidad del líder político.

Primero la institucionalización a través de un partido es importante, si la estructura es fuerte y reside en un instituto político cohesionado, sólido y con fuerza surgen regímenes de partido único que difícilmente caerían como en China, Vietnam, Cuba o Laos, esta variable es observable en los países que se denominan socialistas. En otros casos la consanguinidad está ligada al partido como en Corea del Norte y la dinastía Kim que ostenta el poder desde 1952.

Cuando no existe un partido sólido que sea fuente de los cuadros que detentan el poder, entonces la fortaleza proviene del líder que encabeza el régimen. Por ejemplo, el dominicano Leónidas Trujillo, la familia Duvalier en Haití o los Somoza de Nicaragua fueron muestra de que el poder emergía de la personalidad. La consecuencia de esto llevó al eclipsamiento de los regímenes sultanísticos en cada país y con ellos a la transición a la democracia o el surgimiento de la anarquía.

Finalmente, si un régimen contiene una ideología, la cual sirve para moldear a sus ciudadanos, permea en la vida privada, establece férreos controles en lo público y privado y establece el culto a la personalidad. A diferencia de la mentalidad, la cual es más endeble, se enfoca a la vida pública y carece de líneas ideológicas que aspiran al control total. Cualquiera de estos dos servirá para medir el grado de rigidez o la flexibilidad del régimen y con ello determinar su lugar dentro de la escala de los modelos no democráticos.

Ahora bien, la mayoría de los autoritarismos no tiene la capacidad de sostenerse cuando las condiciones del ecosistema cambian; quizá la más importante es el envejecimiento de su líder, en caso de que este tenga mucho tiempo en el poder. Por ejemplo, Trujillo fue asesinado en 1961 y con ello se derrumbó su régimen; o el asesinato de Anastacio Somoza Debayle en 1980 marcó el triunfo de la revolución sandinista.

Mientras que las renuncias como en el caso del tirano ugandés, Idia Min Dada, Trường Chinh de Vietnam y Nouhak Phoumsavanh de Laos, los últimos dos dejaron el poder a los 80 años. El envejecimiento de los liderazgos en el poder genera a la par un desgaste del propio sistema político, ya que este funge como un espejo del propio líder; a mayor vitalidad más capacidad de acción.

Otro elemento a tomar en cuenta, es cuando los liderazgos heredan el poder a un sucesor, si bien, es sabido que el carisma no se hereda esta acción también conlleva un propio desgaste. Ejemplo como la muerte de Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro ha hecho que el régimen devenga en una dictadura; la permanencia de Ortega en el poder y la designación de Rosario Murillo como copresidenta, ha dado paso a una tiranía conyugal como en su momento ocurrió en Filipinas con Ferdinand e Imelda Marcos.

En otros casos como Camerún con Paul Biya o Guinea Ecuatorial con Obiang, quienes llevan décadas en el poder y han envejecido con él, son muestra del desgaste del sistema. El desgaste de estos gobiernos proviene de las presiones como la oposición, el exceso de violencia o las acusaciones de corrupción que van erosionando los cimientos del personalismo, aunado al envejecimiento de los tiranos. La historia ha demostrado que ante la muerte de estos o su jubilación, el poder tiende a fragmentarse y algunas facciones aspiran a concentrarlo.

Por ejemplo, la muerte de Stalin en 1953 llevó al fin del culto de la personalidad en la Unión Soviética y a la flexibilización de este; cuando murió Mao Tse Tung en 1976 el politburó persiguió a la facción radical. En otros casos donde el régimen estuvo marcado por la muerte del líder como Nicolae Ceaușescu y la democratización rumana o Muammar Gaddafi y la caída de su dictadura en 2011 dio paso a la democracia o a la inestabilidad del país. La caída de estos personajes no fue más que el derrumbe de regímenes con pies de papel, pero que en su momento fueron imbatibles.

Existen personajes que han optado por envejecer con el poder como los mandatarios de Guinea Ecuatorial, Camerún, Uganda, República del Congo o Eritrea quienes oscilan los setenta, ochenta y hasta noventa años. Su envejecimiento y la aparición de nuevos problemas solo es una muestra de su pérdida de control sobre el país, producto de su pérdida de vitalidad. Lo mismo ocurre con regímenes latinoamericanos como Nicaragua y Cuba, que están anclados a retóricas revolucionarias inmersas en un mundo cambiante, pero con los líderes de siempre.

Para algunos puede ser polémico el término del envejecimiento de los autoritarismos, pero esto es una realidad. Actualmente, hay una ola de nuevos personajes ancianos y jóvenes que se erigen como baluartes de la democracia y el pueblo, pero a su vez socavan las libertades y las instituciones. Sin embargo, los autoritarismos de larga data como los que se han descrito con antelación están envejeciendo de la mano de sus líderes.

Una de las incógnitas ante este fenómeno es lo que vendrá después y los problemas que puede generar ya no solo en el sistema político, sino en el país. Líderes de la tercera edad que se empeñan en retener el poder y que se erigen como fuente de este, no aspiran a cambios sustanciales o a la mejora de las condiciones del vida, al contrario, son muestra de que solo aguardan silenciosamente desde la presidencia a que la muerte llegue por ellos.

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