Por Marcos E. C.
Tenía que saber, necesitaba conocer la respuesta y terminar con aquella angustia siempre vívida, asfixiante, que se apoderó de su ser hacía ya tanto tiempo.
Aquellas horas previas al sueño, que llegaba siempre tarde y pesado, aquellas horas en que repasaba uno por uno todos los detalles, eran el marco de su verdadera vida interna.
Siempre regresaba la pregunta, como un agobiante boomerang. Nunca se había atrevido a hacerla. Sí tuvo oportunidades perdidas. ¿Por qué aquella dicotomía?
¿Por qué ese anhelar de la respuesta, y no atreverse a preguntar? Pero aquella tarde era tan propicia. Estaban en el mismo lugar, quién tenía que preguntar y quién conocía la respuesta. Y entonces se animó, no fue un acto premeditado, las palabras salieron de su boca como dictadas desde el fondo de su conciencia. En forma simple y clara preguntó al fin.
Escuchó calmadamente, y todo comenzó a tener orden. Las circunstancias se aclararon, se desmitificaron todas las ilusiones gestadas en sus horas de desvelo y poco a poco aquella espesa bruma de la duda se fue aclarando.
Se alejó lentamente, ya tenía la respuesta. Ya estaba en paz.
Ilustración: Marcos E.C.