Por: SAMUEL PRIETO RODRÍGUEZ
La estupidez está de moda. A pesar de que el primer ser humano en orbitar el planeta lo hizo hace 60 años, hoy tenemos terraplanistas otra vez. También hay conspiranoicos que decían que el SARS-Cov-2 fue diseñado además para diseminarse mediante las redes 5G y ahora afirman que las vacunas son pócimas de conjuro para convertirlos en autómatas teledirigidos.
Otros pontifican ideas negacionistas del calentamiento global y muchos planteamientos retrógrados más.
La cadena de difusión de toda esa estulticia es la habitual con los componentes consabidos: agitadores, amplificadores y discípulos que sorprendentemente son muchísimos más de los que uno pensaría.
Hoy la comunicación usual a distancia ya no es tanto por voz como por mensajes de texto plagados de abreviaturas abominables, deformidades alfanuméricas y otras aberraciones gramaticales y ortográficas que son una agresión visual para quienes amamos al idioma. Hemos regresado a la época de las cavernas cuando la humanidad se comunicaba con jeroglíficos, pero ahora los llamamos emojis.
Los líderes de opinión tradicionales, estrellas del deporte, artistas, pensadores y sobre todo los cada vez más devaluados y nefastos políticos, están siendo desplazados como modelos a seguir por una generación de idiotas, fanáticos del egocentrismo, charlatanes y mitómanos a quienes se les ha otorgado el calificativo de influencers, circunstancia que recuerda a De parabel der blinden, la pintura del holandés Pieter Brueghel de Oude que muestra lo que sucede cuando un ciego guía a otros ciegos.
Por supuesto, generalizar nunca es justo. En ese universo también hay periodistas, médicos, abogados, chefs, estilistas y otros profesionales distinguidos que han adquirido liderazgos notables y hacen una labor excelente con ellos, pero esas son las excepciones a la regla.
ESCÁNDALOS RECIENTES
Durante los tres días previos a los comicios de medio término del 6 de junio, en plena veta electoral, algo más de 100 influencers publicaron videos básicamente con el mismo guion, apoyando y pidiendo el voto de sus seguidores en favor del Partido Verde al que taggearon, lo que hizo todavía más evidente el chasco.
La maniobra burda no pasó inadvertida por las redes sociodigitales que desataron su típica andanada de memes y otras formas mordacidad. Incluso, la ahora atribuladamente célebre Yoseline Hoffman o YosStop, dedicó un largo story time en su canal de YouTube mofándose de sus colegas con ese lenguaje vulgar, limitado y alto en volumen que la caracteriza.
Los influencers involucrados violaron claramente la ley, lo que ocasionó el inicio de una investigación de fondo no solo por parte del INE sino de la Fiscalía General de la República y la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda. Más aún, las marcas y agencias de representación los vetaron para desmarcarse.
A lo largo de las investigaciones, la autoridad financiera se ha encontrado con otros ilícitos como evasión fiscal, existencia de empresas fantasma y otras artimañas que utilizan esos personajes en el transcurrir de su vida de fama ciberespacial.
Sus contenidos, comúnmente repletos de chismes insulsos, expresiones pueriles, lenguaje soez y exhibición de la miseria humana, rebasan todo el tiempo y por mucho la línea de la decencia mínima y con frecuencia también cruzan la de lo legal.
Eso es justo lo que sucedió con la propia YosStop, quien ahora está en la cárcel mientras se le investiga por posesión de pornografía infantil luego de reconocerlo en un video de 2017, cuando habló del presunto modo de vida disoluto de una joven que en ese momento era menor de edad.
A Guadalajara, la desgracia llegó con la muerte de Odalis Santos, joven de 23 años, fisicoculturista e influencer quien se sometió a una cirugía para eliminar la sudoración excesiva en las axilas que ella y la clínica Skin Piel promocionaban como un procedimiento seguro.
Tal vez nunca se sabrá. Tras el escándalo, la clínica quedó obviamente arruinada y lo que se sabe hasta ahora es que la muerte de Odalis no fue durante la operación quirúrgica como tal sino con la anestesia. Ahora la disputa es que la familia de la joven afirma que se trató de una negligencia médica mientras la contraparte sostiene que el fallecimiento fue consecuencia de haber ocultado que consumía sustancias como anabólicos, esteroides y clembuterol, comunes entre los fisicoculturistas.
Al tratarse de una infuencer con un nivel importante de popularidad, el escándalo se extendió y explotó como reguero de pólvora.
Sea por contenidos altos en imbecilidad, violaciones a la ley o por anunciar productos y servicios de calidad literalmente mortal, queda claro que el pináculo de la estupidez está ahora en la industria de la ciberinfluencia soportada por sus millones de seguidores.
FAKE FAMOUS
Hace pocos meses, en febrero, HBO lanzó un documental del periodista Nick Bilton, muy ilustrativo del engaño y el absurdo: Fake Famous.
En él hizo un experimento bastante revelador. Tomó a tres jóvenes instagramers con personalidades comunes y corrientes, sin posibilidad alguna de alcanzar por sí mismos el sueño de ser influencers famosos y se propuso convertirlos justo en eso.
Así, Chris Bailey (IG: @chrisvsmyself), Dominique Druckman (IG: @dominiquedruckman) y Wylie Heiner (IG: @wylezzz) fueron lanzados a la aventura. En el camino se muestra cómo una buena parte de los seguidores hasta de los influencers más influyentes son realmente bots y que muchísimos de sus likes y reacciones son compradas.
También devela cómo simulan viajes en avión con pantallas LCD y asientos de retrete, vacaciones de lujo en supuestos destinos internacionales desde el dormitorio de su casa y estilos de vida lujosos y aspiracionales pero absolutamente fingidos.
Su modus vivendi se basa fundamentalmente en monetizar la falsedad y conseguir que las marcas les regalen productos y servicios a cambio de que los publiciten.
¿CULPAMOS A LA TELEVISIÓN?
Claro, hay que aceptar que si bien toda esa estupidez tiene su pináculo en internet y sus celebridades nativas digitales, su origen sí estuvo en la televisión, particularmente en los canales y anuncios de venta de productos milagro al son de “llame ya” y los primeros reality shows en que los participantes no tenían que ser talentosos de ninguna manera sino les bastaba con exhibirse haciendo los ridículos más morbosos y asumiendo las actitudes y conductas más miserables.
No en todos los casos pero en general la televisión evolucionó y generó programas de telerrealidad en que sí fuera necesario un talento o una destreza como el canto, el baile, la cocina o el atletismo. La estupidez burda, ramplona y vulgar obtuvo entonces su alojamiento principal en las redes sociodigitales.
En aquella época no muy lejana en que la televisión lo era casi todo, incluso el enemigo favorito al que se podía señalar como la causa de todas las desgracias, se le atribuían hasta poderes mágicos como el de volver estúpidas a la personas, quitarles su capacidad de decisión y manipularlas al punto de que atentaran contra sí mismas en su salud, bienestar, educación y preferencias políticas.
En las escuelas de comunicación donde los estudiantes vivían sus días de rebeldía contra el establishment, circulaban frases como la del cineasta Federico Fellini: “La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.
No era del todo errónea pero sí muy exagerada. En vez de asumir su responsabilidad, maestros, políticos de oposición, analistas flojos y fanáticos del lugar común, ciudadanos de medio pelo y defensores de la mediocridad y el paternalismo, encontraban mucho más fácil culpar al Estado, a la televisión y a quien fuera por su inmovilidad, apatía y desinterés en los temas políticos, sociales y cívicos más allá de la queja, mientras se deshacían de su deber de pasar tiempo de calidad y educar a sus hijos, poniéndolos durante muchas horas al día frente a la entonces etiquetada como caja idiota.
Hoy, los millennials se ufanan de que no ven televisión y pasan mucho de su tiempo en sus dispositivos móviles, viviendo existencias virtuales en internet. Los centennials, nativos digitales, parecen tener procesadores en vez de neuronas y redes de fibra óptica en vez de venas y arterias.
No hay menos sino más estupidez en el mundo. Incluso, ahora es mucho más masiva y contagiosa porque sus vías de transmisión ya no tienen tantas fronteras. Antes era NBC en Estados Unidos, Televisa en México, Televisión Central Soviética en Rusia, etc. Hoy es Instagram, Facebook, Twitter o YouTube en todas partes.
LA CIENCIA DE LA ESTUPIDEZ
¿Se ha estudiado o explicado científicamente esa condición? Comenzando por el principio, el diccionario de la RAE la define como torpeza notable en comprender las cosas. Dicho eso, “dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”, dijo alguna vez Albert Einstein.
El historiador económico italiano, Carlo Cipolla, definió las cinco leyes infalibles de la estupidez humana:
Primera: Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación.
Segunda: La probabilidad de que determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica.
La tercera es la de oro: Un estúpido es un individuo que ocasiona pérdidas a otro o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo.
Ya que hablamos de pérdidas, situémoslas en un punto de vista económico. De acuerdo con el análisis de Cipolla el estúpido es uno de cuatro tipos de personas:
– Desgraciado (D): Se causa un perjuicio a sí mismo, beneficiando a los demás.
– Inteligente (I): Se beneficia a sí mismo, beneficiando a los demás.
– Bandido (B): Obtiene beneficios para sí mismo, perjudicando a los demás.
– Estúpido (E): Causa pérdidas a otros, perjudicándose a la vez a sí mismo.
Vistos en un sistema de coordenadas, si representamos el efecto positivo o negativo en el eje de abscisas y el costo o beneficio en el eje de ordenadas, es posible situar visualmente el gran problema con la estupidez.
Hay que especificar que la mayoría de los individuos no se ubica siempre en el mismo tipo. Cada uno puede actuar bajo ciertas circunstancias con mucha inteligencia y en otras como un verdadero desgraciado. La única excepción notoria es el estúpido, quien lo es todo el tiempo y en toda situación.
Ni siquiera los bandidos son tan tóxicos aunque lo común es que se acerquen más a la estupidez que a la inteligencia. Considerando que un “bandido perfecto” sería quien obtuviese un beneficio igual al costo que cause a los demás, entonces los más comunes son los “bandidos estúpidos” quienes ocasionan costos mayores a su ganancia. La idea de un “bandido inteligente” que consiga su provecho acarreando daños menores, es mucho más ilusoria.
Pero de regreso al tema de las fascinantes personas estúpidas, otro gran problema para las demás es la dificultad para entender y procesar razonablemente un pensamiento o comportamiento estúpido, lo que representa una pesada y continua frustración. De ahí que el resto de las leyes también es de considerarse.
Cuarta: Los no estúpidos siempre infravaloran el poder dañino de los estúpidos. En concreto, olvidan constantemente que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar o asociarse con estúpidos siempre suele ser un error costoso.
Quinta: Una persona estúpida es la más peligrosa.
También hay que decir que la estupidez no es necesariamente un término absoluto así que puede medirse. En 2015 la revista europea Intelligence publicó un artículo titulado What is stupid?: People’s conception of unintelligent behavior, que contiene una investigación de la Universidad Eötvös Lornand en Hungría y la de Baylor en Texas, encabezada por el psicólogo Balázs Aczél.
“La gente suele pensar que la estupidez está ligada o asociada con un bajo coeficiente intelectual, pero nuestros hallazgos muestran que las personas califican como estúpidas tres situaciones independientes”, explica el experto
Así, su equipo clasificó la estupidez, entendida como los comportamientos cotidianos considerados torpes o poco prácticos, en tres niveles:
1.- Ignorancia-confianza. Este es el grado más alto de estupidez y aparece en las personas que asumen situaciones de riesgo de cualquier tipo a pesar de que carecen de las habilidades o conocimientos necesarios para resolverlas. Curiosamente, son conscientes de las consecuencias que pueden ocasionar.
2.- Falta de control. Es el nivel medio. Corresponde a quienes tienen un comportamiento obsesivo compulsivo y carecen de autocontrol.
3.- Distracción. El grado más leve de estupidez. Aparece en las personas que no resuelven una tarea práctica debido al descuido.
Vistos de esa manera, con una métrica desarrollada científicamente, los influencers más polémicos y conocidos se ubican en el pináculo de la estupidez.
Esa sí es una verdadera derrota de todo nuestro sistema cultural.