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Muere mujer encerrada en su casa para no contagiar a sus vecinos de COVID-19

Vecinos le llevaban de comer y medicinas para que se mantuviera en este encierro, porque no la quisieron recibir en ningún hospital de Covid-19, en Oaxaca

Texto y foto: Iván Castillo R.

Corresponsal

OAXACA, Oax.- Cuando la pandemia de COVID-19 inició en México en febrero pasado, creíamos que no veríamos escenas dramáticas como en otros países porque el Gobierno federal aseguraba que se habían preparado con tres meses de anticipación para enfrentar la batalla contra el virus y, porque su bandera política, es que «primero los pobres».

Nada más falso, porque ha sido precisamente a los pobres a los que han dejado a su suerte. Mientras los funcionarios del Gobierno federal se realizan pruebas y pruebas para constatar que están libres de coronavirus, a los pobres se las niegan y los mandan a morir a sus casas, pese a que ya hayan tenido un familiar muerto por esta pandemia.

Este es el caso de María de Dios Baldemar Díaz, que murió sola en su humilde hogar y solo recibió apoyo y cariño de sus vecinos, porque las autoridades de salud no la quisieron atender, pese a que 15 días antes su esposo había muerto de COVID-19. No conformes con dejarla morir, ni siquiera tuvieran la decencia de recoger su cuerpo de inmediato, tuvieron que pasar 15 horas esperando la respuesta de las autoridades, y hasta que los vecinos llamaron a los medios se movilizaron.

La pobreza y la indiferencia del Gobierno, marcaron el término de la vida de María de Dios Baldemar Díaz, quien murió en una vecindad de Oaxcaca no sólo olvidada y víctima del COVID-19, sino en medio de la indolencia del Gobierno, que dejó más de 15 horas su cuerpo sobre la cama en la que perdió su última batalla.

La mujer de 70 años de edad, que luchó por sobrevivir, tenía su hogar en la calle Tlaxiaco 112, de la Colonia Estado de Oaxaca, ubicada en pleno corazón de la entidad; 15 días antes había perdido a su pareja con quien compartía su vida y con quién también sobrevivía de lo que el adulto mayor obtenía  en su trabajo como velador, donde presuntamente había sido contagiado de COVID-19.

La casa de lámina, fue el mudo testigo de sus últimas horas de agonía y es que, para evitar contagiar a sus vecinos, había decido exiliarse. A pesar de que la mayoría de personas que viven en esa vecindad lo hacen en medio de la pobreza, esto nos les impidió ser solidarios con María, pues al saber que estaba sola, que acababa de perder a su compañero de vida y enclaustrada para no contagiarlos, éstos de inmediato le tendieron la mano.

“Los vecinos le llevaban agua, compraron sueros, alcohol y todos los días le dejaban su desayuno y su comida, porque entre los pobres sabemos ayudarnos, porque nosotros sí sabemos dar aunque no tengamos, porque aquí hasta muerta le hicieron el feo; jamás llegó la ayuda y su cuerpo tuvo que esperar para que alguien se compadeciera y viniera”, expreso una de las vecinas.

La joven mujer que vive con sus tres hijos menores en uno de los cuartos de la vecindad, en donde les cobran 500 pesos mensuales, narró que esta mañana al irle a dejar el desayuno a doña Mari, ya no respondió y eso causó alerta entre los vecinos, quienes decidieron entrar al conocer el estado de salud en el que se encontraba.

“La vimos ahí, como dormida, estaba medio envuelta en su cobija, le hablamos y no respondió entonces alguien se atrevió a verla y así nos dimos cuenta que estaba muerta que tal vez ocurrió en el transcurso de la noche, porque su cuerpo estaba frío y duro como si llevará horas, y es que anoche ya se sentía muy mal”, dijo.

muriosola

De manera inmediata llamaron a las autoridades, sin embargo, aunque el reporte se hizo en la mañana, durante todo el día nadie llegó y solo fue cuando llamaron a los medios de comunicación, cuando  las autoridades voltearon a vernos y atendieron el llamado llegando a recoger el cuerpo y a informar que una agencia funeraria se encargaría de la cremación.

Así termino la vida de esta mujer, que sólo reclamó atención y que ni aún estando muerta la recibió.

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