Metropoli

HISTORIAS EN EL METRO

Tal vez el conductor era nuevo estaba beodo o de plano falto de pericia porque daba unas frenadas horribles

PRIMERA PLANA

Por Ricardo Burgos Orozco

Me subí al Metro después de las diez de la mañana. A las 11 iniciaba la entrega de reconocimientos por trayectoria periodística del Club Primera Plana, en el Teatro de la Ciudadela. Algo me iba a tocar. El vagón iba repleto de usuarios y me hice un lugar donde pude. Ahora ni siquiera saqué mi celular para entretenerme leyendo mientras llegaba.

No se podía. Tal vez el conductor era nuevo, estaba beodo o de plano falto de pericia porque daba unas frenadas horribles que nos desesperaba a todos y debíamos agarrarnos “a 20 uñas”, como dicen los clásicos. A lo mejor tampoco era culpa de él sino del sistema central del Metro, que le ordenaba detenerse sorpresivamente por alguna alerta.

Una señora traía un bebé en brazos y estuvo a punto de lanzarlo al aire por una parada imprevista. Su marido a un lado alcanzó a detener al pequeño, la mamá gritó desesperada y volteó a su alrededor como buscando un culpable. En otro parón intempestivo, no alcancé a pescarme de uno de los tubos y caí hacia atrás. Un chaparrito mayor que yo impidió con su cuerpo que cayera al piso.

Le agradecí, pero él me miró de mala gana porque seguro sintió mis 83 kilos de peso. Después de un trayecto sufrido, que me pareció eterno, llegué a la estación Juárez. De ahí a caminar unas calles. El recinto estaba casi lleno. Empezó la ceremonia. Yo estaba sentado en la parte de arriba, atrás de un compañero llamado Santos Briz y junto a los amigos José Manuel Rueda e Ignacio Ramos.

En las butacas más adelante, se pusieron de pie dos personas y nos impedían la visión; después de insistir con gritos que se sentaran, volteó uno de ellos y nos dijo en broma: es que estoy viendo que a ese lo sacaron de la tumba para darle su reconocimiento, señalando a un distinguido periodista –cuyo nombre omito—que recibió una placa por 65 años de trayectoria, por cierto, compadre del ocurrente.

El comentario nos hizo reír a carcajadas. Fue un acto muy emotivo con saludos a decenas de compañeros con años de no disfrutar su charla y su compañía. De regreso en el Metro, en un viaje más tranquilo, recargado en una puerta contraria a la salida, recordé que una vez cubrí una cena de gran pompa, con caviar y champaña –otros tiempos– en la Secretaría de Relaciones Exteriores, en Tlatelolco, del entonces presidente José López Portillo con el mandatario francés, Francois Miterrand. Yo estaba nervioso no por la cobertura, sino porque el brindis se estaba alargando, se acercaban las 12 de la noche y me cerraban el Metro. En cuanto terminó, salí de ahí casi corriendo y apenas alcancé a llegar.

Foto: Archivo (Ilustrativa)

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