Columnas

COVID-19: La sociedad abandonada a su suerte

Por Dr. Rodolfo Gamiño Muñoz*

Las interpretaciones del presente y las hipótesis sobre el futuro no son halagüeñas, la democracia como sistema político y el neoliberalismo como modelo económico han sido, hoy por hoy, los más cuestionados. Paradójicamente, las críticas no han emergido de una pronunciada revolución intelectual, ideológica o política, sino por las experiencias globales de una pandemia.

Los principios y las bondades que las democracias se han atribuido a sí mismas, así como el ejercicio de los sistemas económicos que las acompañan están en crisis, sufren un conflicto conceptual, operativo, de distribución, retribución y credibilidad.

La soterrada emergencia de pensamientos y críticas ante la pandemia comienza a vaciarles de todo contenido, evidencian su rasgo más inhumano y su inherente razonamiento calculador y utilitario, descorazonado e inflexible: así son nuestras democracias y su neoliberalismo, parecen hoy gritar los sorprendidos habitantes y pensantes del “primer mundo” al resto del orbe.

Para esos otros habitantes del mundo es sabido que, en la realidad, existe una falta de sintonía entre las acciones del Estado, el mercado y la ciudadanía: estas relaciones están atrofiadas, se han vuelto simbólicas, han sido poco o nulamente simbióticas.

La crisis sanitaria y sus posibles secuelas sociales, políticas y económicas han sido alertadas por filósofos y pensadores occidentales influyentes, ellos han sido los que se han adelantado al mundo en la reflexión y aleccionamiento sobre el Coronavirus o Covid-19.

Slavoj Zizeck enfatizó que la crisis generada por el Covid-19 ha puesto en jaque al capitalismo, paralelamente, planteó la necesidad de construir una nueva sociedad, una sociedad alternativa que no contemple como paradigma constitutivo el Estado-nación. Esa sociedad debe fundamentarse y reactualizarse a sí misma a través de la solidaridad y la cooperación global. Señaló que es imposible postergar el cambio, que es ya insoportable seguir viviendo bajo esta realidad neoliberal y el confinamiento a una realidad cuasi virtual.

Edgar Morín comparte el optimismo de Zizeck y se posiciona como otro filósofo-pensador de la sana certidumbre. Morín destacó la importancia de crear un humanismo regenerado para contrarrestar el imperante modelo individualista que predomina a nivel global. Emplaza también a la conformación de una sociedad nueva en la que predomine la solidaridad y la responsabilidad social.

El español Luis Villacañas dio muestras de un desbordado optimismo, sentenció que lo único que queda a la sociedad después de esta pandemia, es la esperanza de que el Estado regrese y se haga cargo de la sociedad.

Algunos filósofos o pensadores apocalípticos o desencantados como Byung Chul-Han sentenciaron que la pandemia ha desnudado el real ejercicio político autoritario, ese que estaba revestido y maquillado. En otras latitudes el autoritarismo resurge tímidamente como alternativa de control social.

Chul-Han arguyó que, a pesar de la epidemia y sus múltiples crisis, el neoliberalismo no sucumbirá, continuará funcionando sin modificación alguna, incluso, con mayor fuerza y empuje. El sujeto que es factor de cambio está confinado, sólo le queda ser solidario virtualmente, asumir su excepcionalidad, aislarse, distanciarse del otro como una muestra de solidaridad y responsabilidad social.

Para Giorgo Agamben, la calamidad del Covid-19 no es más que un dispositivo de pánico generalizado que, al implementarse, permite perpetuar la decisión del soberano ante la excepcionalidad política-militarizada.

Jean Luc Nancy fue disonante con Agamben, observó que el estado de excepción no ha sido implementado en términos políticos-jurídicos, tal como lo sostuvo el filósofo italiano, sino que se trata de una excepcionalidad pandémica, biológica, informática y cultural, la cual se construye a través de una hiperconectividad aislada, en el pasmo de la cotidianidad en donde el otro, el prójimo, aun siendo un familiar, ha sido abolido y anulado.

Interesante resulta pensar que en el contexto donde estos pensamientos se generan suele existir una sociedad civil organizada, fortalecida, un Estado robusto que no ha sido del todo desregulado, adelgazado, una fortaleza institucional que se traducen en un sólido sistema de salud, atención médica, un aceptable nivel de confianza de la ciudadanía a sus gobernantes, instituciones así como a su ciencia y tecnología.

Hay elementos de estos pensamientos que nos pueden resultan alarmantes y aún peor, desalentadores, más si los pensamos desde nuestro contexto mexicano e, incluso, latinoamericano. En primera instancia, el tema de la nueva ética social, la construcción de una sociedad alternativa en la que predomine la solidaridad y cooperación.

Desde hace más de tres décadas, la sociedad mexicana ha experimentado el adelgazamiento del Estado, su desregulación selectiva en materia social y securitaria y, paralelamente, un crecimiento exponencial del neoliberalismo.

Durante años, la sociedad mexicana ha experimentado el surgimiento de sociedades emergentes, ancladas en la solidaridad y la cooperación, siempre en los márgenes del Estado-nación. La respuesta a estas sociedades ha sido la sujeción, tanto económica, como política y paralelamente, el Estado, a través de la excepcionalidad las ha paralizado, desarticulado y exterminado.

Contrariamente, en México la sociedad ha padecido una histórica sobrecarga de responsabilidades, las responsabilidades endilgadas a la sociedad tanto por el mercado como por el Estado ha sido abrumadoras, responsabilidades ajenas y sobre sí misma. La desigualdad, precarización y acumulación de desventajas sociales en más de la mitad de la población mexicana ha sido una tónica permanente, asistimos a una parálisis no por opción, sino como una condición impuesta.

Durante décadas, la sociedad mexicana ha sido abandonada a su suerte, confinada, con pírricos apoyos del Estado, casi siempre clientelares y nulos soportes del mercado. El Estado mexicano se ha mantenido bajo el eterno argumento del no poder y siempre desfallece en el intento.

Desde hace décadas la sociedad mexicana ha sido abandonada, y los filósofos y pensadores más influyentes de occidente nos alertan sobre el apocalipsis que se avecina entre el Estado, el mercado y la sobrevivencia de lo humano: sobre la epidemia de las violencias, exclusión, marginación y segregación. El dilema está en México y en algunos países latinoamericanos en los cuales ni el Estado, ni el marcado han estado presentes desde hace décadas, donde ya es común remasticar el conflicto conceptual, operativo, de distribución, retribución y de credibilidad en nuestras democracias y nuestro neoliberalismo. Nuestro abismo es más pronunciado y sigue cavando su fondo, sin una ruta, un pensamiento claro de por dónde debamos rescatarnos.

En estas regiones ha muerto el capitalismo, el neoliberalismo ha renacido y la sociedad no se ha extinguido. Las brújulas filosóficas e intelectuales emanadas de occidente nos dicen mucho, pero a la vez, no nos dicen nada, quedan cortas a nuestra realidad (es), ávidas de lecturas, interpretaciones y propuestas. Debemos ir más allá de esa distinguida expansión intelectual que se nos presenta como una narrativa ansiosa de un apocalipsis por nosotros ya muchas veces sobrevivido y hasta reciclado. Enfermos de presentismo. Así dicen que somos de grandiosos, aún a pesar de nuestras ruinas y permanente abandono.

*Académico del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

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