Ecología

Hoy, más de dos mil millones de hectáreas de tierras anteriormente productivas se encuentran degradadas

Los suelos mantienen la biodiversidad de flora y fauna, y pueden mitigar brotes epidémicos.

De acuerdo con la ONU, la desertificación es la degradación de la tierra en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas; es causada fundamentalmente por la actividad humana y las variaciones climáticas, y se debe a la vulnerabilidad de los ecosistemas de zonas secas (que cubren un tercio de la superficie del planeta), a la sobreexplotación y uso inadecuado de la tierra.

“La pobreza, la inestabilidad política, la deforestación, el sobrepastoreo y las malas prácticas de riesgo afectan negativamente a la productividad del suelo”, señaló Silke Cram Heydrich, investigadora del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.

Este fenómeno, dijo, ocurre en gran medida por el crecimiento de la población, particularmente la urbana, que además de requerir mayor espacio para vivienda, intensifica la demanda de tierra para producir alimentos, forrajes y fibras textiles, por lo que en 2020 el tema de la efeméride propuesta por la ONU fue “Alimentos. Forrajes. Fibras. Producción y consumo sustentables”.

En esa ocasión se centró en cambiar el modo de producción y el consumo incesante de la humanidad, pues la salud y productividad de la tierra cultivable disminuye, y su situación empeora con el cambio climático, apuntó.

La Convención de las Naciones Unidas para Combatir la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) manifestó que para contar con tierras productivas suficientes para satisfacer las necesidades de 10 mil millones de personas en 2050, es necesario modificar nuestro estilo de vida. Su secretario Ejecutivo, Ibrahim Thiaw, dejó en claro que “para contribuir a la protección y restauración de las tierras debemos elegir mejor lo que comemos y la ropa que usamos”.

Según las cifras más recientes de las Naciones Unidas, hoy en día más de dos mil millones de hectáreas de tierras anteriormente productivas se encuentran degradadas.

Además, se ha transformado el uso de más del 70 por ciento de los ecosistemas naturales, y en 2050 la cifra podría alcanzar el 90 por ciento. En 2030, por ejemplo, la producción de alimentos requerirá otros 300 millones de hectáreas de tierra, y no sólo ese sector, sino que las industrias del vestido y del calzado utilizarán 35 por ciento más de terreno, es decir, más de 115 millones de hectáreas.

A pesar de la importancia de los suelos, que son la base de la vida en el planeta pues mantienen la biodiversidad de la flora y la fauna, además de que pueden mitigar brotes epidémicos en las poblaciones humanas, en el mundo se viven proceso acelerados de erosión, compactación y degradación de éstos; en la actualidad, “cualquier actividad humana tiene efectos sobre ellos”, afirmó la investigadora.

Si los destruimos, también lo hacemos con la biodiversidad, y los efectos son catastróficos; de igual manera, este daño ocurre en las ciudades. “Se ha encontrado una relación entre la biodiversidad en las urbes y la salud humana, y si una persona está sana, resistirá y tendrá mayor resiliencia ante enfermedades”, señaló la también secretaria Ejecutiva de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA).

Cram Heydrich remarcó que tan solo el cambio de uso de suelo, que inicia con una deforestación y la sustracción de la cobertura vegetal original para empezar a hacer otra actividad, conlleva un proceso de degradación, y de acuerdo con el manejo que se le otorgue, será el grado de severidad.

“La urbanización nos ha alejado de la tierra; quienes vivimos en las metrópolis nos perdemos y desconectamos de la naturaleza, por ello hay que voltear a ver los suelos dentro de esos entornos, no sólo como un bien urbano, sino como suelo de conservación y recursos naturales”, subrayó la universitaria.

Fotos: UNAM

Arriba