Cultura

En Quintana Roo la mina de ocre más antigua de América

Arqueólogos subacuáticos del INAH y espeleobuzos del CINDAQ dan a conocer evidencia de actividad minera en cenotes y pasajes inundados, con antigüedad de entre 12 mil y 10 mil años antes del presente.

El laberíntico subsuelo de la península de Yucatán aún guarda muchos secretos que, poco a poco han sido descubiertos; uno de ellos se halló en una cueva invadida de Quintana Roo en la que, arqueólogos subacuáticos y espeleobuzos encontraron evidencias irrefutables de actividad minera prehistórica.

De acuerdo con expertos de la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del Centro Investigador del Sistema Acuífero de Quintana Roo AC (CINDAQ), de un contexto arqueológico cuya antigüedad oscila entre mis 12 mil y 10 mil años antes del presente, lo que la convierte en la mina de ocre más antigua conocida en América.

Al respecto, el titular de la SAS, el doctor Roberto Junco Sánchez, informó que La Mina (como se denomina al proyecto de investigación) guardaría en sus fechamientos –mismos que se definieron mediante el análisis en laboratorio- un paralelismo con “Naia”, nombre con el que se conoce al antiquísimo esqueleto de una joven encontrada, en 2014, dentro del sitio arqueológico de Hoyo Negro, ubicado en las cercanías de Tulum.

El especialista agregó que, La Mina, es una continuación de Hoyo Negro, no solo por la relativa cercanía geográfica de ambos contextos, sino porque el primero complementa en gran medida el conocimiento que se tiene acerca del segundo.

Si bien, el descubrimiento de “Naia” contribuyó a la comprensión de la ascendida, la expansión y el desarrollo de estos primeros americanos, “ahora sabemos que los humanos antiguos no solo se arriesgaban ingresando al laberinto de cuevas para buscar agua o huir de los depredadores, sino que también entraron a ellas para realizar minería, alterándolas y generando modificaciones culturales al interior”, explicó el experto.

Lo anterior ha podido constatarse mediante la localización –a lo largo de seis kilómetros de pasajes inundados que no habían sido explorados, ya que permanecían ocultos detrás de restricciones de rocas y estrechos pasajes de 70 centímetros de diámetro- de diversos espacios y acomodamientos de materiales que evidenciaron ser resultado de una arcaica intervención humana.

Los espeleobuzos Fred Devos y Sam Meacham, codirectores de CINDAQ, explicaron que, durante sus primeros recorridos en el sistema subterráneo, en 2017, notaron la existencia de estalactitas y estalagmitas rotas por la mitad, así como piedras acomodadas en pequeños montículos triangulares, los cuales no habrían podido formarse naturalmente.

Entre los elementos que más llamaron la atención de los exploradores estaban cúmulos de carbón en el suelo, hollín en el techo de la cueva y, principalmente, la presencia de pequeñas cavidades excavadas en ese mismo suelo, dentro de las cuales había restos de un mineral que, luego de su análisis, resultó ser ocre.

“El paisaje en esta cuerva está notablemente alterado, lo que nos lleva a pensar que los hombres prehistóricos extrajeron toneladas de ocre de ella, quizá, viéndose en la necesidad de prender fogatas para iluminar su espacio”, apuntó Fred Devos.

Hasta el momento, no se han encontrado restos óseos humanos; sin embargo, se localizaron herramientas rudimentarias de excavación, señales –que habrían usado para no perderse- y cúmulos de piedras vinculadas con este primigenio quehacer minero. La abundancia de las oquedades con ocre lleva a los expertos a teorizar que las rocas eran, en sí mismas, las herramientas que se usaban para excavar y romper la piedra.

“Ahora podemos imaginarnos a ‘Naia’, entrando a las cuevas de ocre, un elemento que hasta hoy, en comunidades de África, es la pintura corporal inorgánica más usada para crear pigmento rojo. Esto abre la posibilidad de que el mineral tuviera no sólo importancia decorativa sino incluso una carga identitaria, o que se usara para crear manifestaciones artísticas, entre muchas otras hipótesis”, explicó Roberto Junco.

Analizan evidencia material

De cara a nuevas inmersiones que el Proyecto La Mina realiza dentro del sistema de cuevas, cuya localización se mantiene reservada por cuestiones de conservación del contexto, se continúa con estudios de laboratorio, mediante reconstrucciones computarizadas conducidas por expertos de México, Estados Unidos y Canadá.

Gracias a tecnologías como la fotogrametría y cámara submarinas de 360 grados, señaló Dominique Rissolo, investigador de la Universidad de California, en San Diego, se han tomado más de 20 mil fotografías durante 600 horas de buceo y casi 100 inmersiones, para generar un modelo 3D del sitio y facilitar a los arqueólogos el acceso virtual al mismo.

Sobre ello, Sam Meacham, espeleobuzo del CINDAQ, comentó que el trabajo remoto contribuye a la seguridad de los investigadores, ya que, dentro de la cueva, la más leve manipulación del sedimento puede ocasionar la pérdida total de la visibilidad.

El titular de la SAS destacó el aporte otorgado al proyecto, por los investigadores Eduard Reinhardt, de la Universidad McMaster de Ontario, Canadá, quien trabaja en la identificación de muestras; Brandi MacDonald, dela Universidad de Missouri, de Estados Unidos, a cargo del estudio de la sedimentación del contexto; Barry Rock, de la Universidad de New Hampshire; Dominique Rissolo, quien aporta su vasto conocimiento en documentación espacial digital; y James Chatters, cuya tarea, en el Laboratorio Applied Sciences/Direct AMS, de Bothell, Washington, permitirá profundizar en los fechamientos de los materiales colectados hasta el momento.

Este último investigador es quien mentalmente recrea cómo pudo ser la cueva en tiempos prehistóricos: “Imagina una luz parpadeante, en medio de sombras profundas, que ilumina las manos manchadas de rojo de los mineros mientras golpean el piso con martillo de estalagmita, a la vez que alumbra el camino de aquellos que cargan el ocre por los túneles hasta la luz del día y el suelo del bosque”, narró.

Roberto Junco destacó que, proyectos como Hoyo Negro y La Mina son auténticas ventanas al conocimiento de nuestro pasado remoto, además que contribuyen a dejar pautas metodológicas para trabajar y estudiar este tipo de contextos. “El grupo de exploradores e investigadores congregados está dando resultados sobresalientes. La SAS reconoce y agradece el trabajo de todos ellos, especialmente a los exploradores del CINDAQ, por su compromiso con el patrimonio cultural subacuático de México”, concluyó.

Fotos: Cortesía

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