Cultura

Las mujeres purépechas frente a la migración, en la mirada de Elsa Escamilla

La artista recibió este 2021 que termina, la Medalla al Mérito Fotográfico que otorga anualmente el INAH, en el marco del 22 Encuentro Nacional de Fototecas

Los retratos de Elsa Escamilla (Ciudad de México, 1949) son un arte a fuego lento, como lo son la tierra, la leña, la madeja y el ladrillo entre las manos de las purépechas. El tesón de estas mujeres de la meseta michoacana, empoderadas a costa de adversidades, ha sido el leitmotiv de su labor fotográfica en los últimos años y lo seguirá siendo: un acercamiento en blanco y negro a las ausencias presentes, a la lucha diaria, la solidaridad y la fe que las mueve día tras día.

La cámara ha sido la compañera de Elsa Escamilla por 50 años, una trayectoria que este 2021 que termina, le valió la entrega de la Medalla al Mérito Fotográfico en el XXII Encuentro Nacional de Fototecas, con la cual, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) reconoció la originalidad de su obra y una labor también de medio siglo impartiendo talleres de fotografía entre los jóvenes.

Desde su casa en Morelia, vía telefónica, la fotógrafa distinguida este año por el INAH pondera a la creatividad como el motor detrás de la fotografía, señalando que maestros como Manuel y Lola Álvarez Bravo, o Nacho López, no tuvieron estudios formales en esta disciplina, y fue “su entusiasmo y su pasión por México” lo que les hizo grandes.

En seguida, Elsa Escamilla comenta que la medalla es un aliciente para continuar este reportaje de largo aliento sobre cómo las purépechas hacen frente a los efectos de la migración, ya no solo de “sus hombres”, sino también de sus hijas, madres y hermanas, a quienes le gustaría retratar del otro lado de la frontera.

Lo único que realizó hace un tiempo del “otro lado”, fue documentar el culto al Niño Chichihua, momento en que una parte de Riverside, California, se convierte en un “pequeño Michoacán al compás de las danzas de los viejitos y de los kúrpites”.

La otra cara de la moneda, los rostros de aquellas que se han mantenido en sus lugares de origen: Santa Fe de la Laguna, Turícuaro, Pichátaro, Aranza, Angahuan, Nahuatzen, Cheranástico, San Lorenzo, Tzinzuntzan, Carácuaro, Cherán, Cocucho, Chupícuaro, Zinapécuaro, Paracho, Quiroga, San Ángel Zurumucapio, Araró, San Juan Nuevo, San Gerónimo…, son los que integran “Enkaksï nirajka ka enkaksï pakarajka”, “Las que se van, las que se quedan”.

Tal es el título de su reciente exposición, una mínima parte (una treintena de fotografías) de su proyecto homónimo con el que “pretende mostrar el temple, la capacidad de aprendizaje y la fortaleza con que estas mujeres afrontan las adversidades, al convertirse en las únicas responsables de entretejer el vínculo familiar y comunitario, con las repercusiones en la dinámica social que esto conlleva”, explica la autora de las imágenes.

Su guía por estas realidades fue la activista Lupita Hernández Dimas. Junto a ella, Elsa Escamilla fue tejiendo sus propios afectos para pasar del espacio público de estos pueblos, al interior de las casas donde lucen sillas y camas vacías. Los retratos muestran esa doble faz: las calles que conservan su vitalidad gracias a mujeres que caminan y conversan siempre envueltas en sus rebozos, y los espacios solitarios, cuyos protagonistas son los retratos de seres ausentes, tremendamente añorados, junto a las imágenes de cristos, vírgenes dolorosas y santos.

Los rostros de las mujeres purépechas que Elsa Escamilla ha congelado en el tiempo, son testimonio de estados del alma: miradas perdidas, duras, humedecidas o dulces, condicionadas por su realidad. Hay las que mantienen la ilusión del regreso del ser amado, las que se entusiasman por su vuelta ocasional con motivo de una festividad religiosa y ven en ello una oportunidad para salir de su terruño, y las resignadas a la amargura del abandono.

Elsa Escamilla, retratista de presencias y ausencias, es consciente que “las fotógrafas y los fotógrafos somos testigos privilegiados de la historia, sin la cual no somos nada, como personas y como colectividades. Es importante que un emoticono no sustituya el hablar y el escribir, ni una imagen digital sustituya a la fotografía física, porque la memoria se deteriora, a lo mejor ya no nos acordaremos del unicornio, cosa que espero nunca suceda. Ver, tocar y llevar la imagen al corazón, nos lleva a nuestro espíritu, al recuerdo y al reconocimiento de quienes somos”.

Arriba