Espectáculos

Historia de una entrevista al ‘Principe de la canción’

Por: JOSÉ SANTOS NAVARRO

La orden de trabajo no era sencilla, ni fácil, pero, para mí además de un reto, era algo que deseaba: entrevistar, conocer en persona a José José, El Príncipe de la Canción. El ídolo.

El objetivo de la entrevista era cuestionar al cantante sobre su adicción a las drogas, alcoholismo, la banca rota, la pérdida de voz y los rumores de su divorcio con la modelo y actriz Anel.

Pensé que él tenía la vida más complicada; yo, sólo tenía que entrevistarlo para el periódico LA PRENSA, esto a finales de los años 80s.

Tuve suerte. El primer paso que di, caí en blandito. Platique a mi amigo y compañero de trabajo, Silverio Cacique, reportero de Espectáculos, quien me dio el número de teléfono de la casa de José José, con la única condición de que no dijera quien me lo proporcionó, dado que el cantante únicamente daba tal información a sus amigos.

Al filo de las ocho de la noche hice la llamada. De inmediato contestó una voz de mujer, quien también de inmediato me respondió: -“El señor no está”. Me tomó los datos: nombre y teléfono y quedó que ella se comunicaban conmigo. Que por favor, no volviera a llamar.

Media hora después, el ayudante de redacción José, me dijo que tenía yo una llamada por el teléfono en la subdirección de la redacción del diario. Nunca imaginé escuchar la voz de José José, sólo que enfurecido y agresivo. Además, sin orquesta.

-“¿Quién le dio a usted el teléfono de mi casa?”.  En tono muy rudo cuestionó. Sabiendo de antemano con quien hablaba, trate de calmarlo y expliqué en tono amigable que yo era reportero, que parte de mi trabajo es investigar, buscar, preguntar… y localizar.

Además, de que el director del periódico LA PRENSA me ordenó entrevistarlo. Yo sólo hago mi trabajo, cumplo una orden de trabajo: expliqué.

-¡Sí, pero quién se lo dio!”. Insistió sin bajar el tono alto, como si estuviera cantando La Nave del Olvido en el Teatro Blanquita, pero sin micrófono.

Sé que no podía quedarme callado. El Príncipe de la Canción exigía una confesión y me confesé. Traicioné a mi amigo Silverio Cacique –quien lo entendió- y, tan pronto escuchó el nombre que le di, el cantante bajó el tono de voz, guardó silencio –lo que dura un respiro profundo-, y me contestó:

-“Mire. Silverio es mi amigo. Lo espero a usted mañana aquí en mi casa”. ¿Cuántas personas vienen?

Dos, respondí jubiloso. Mi compañero reportero gráfico, Baltazar Torres y yo.  –Bueno, esa es mi dirección.

El alma me volvió cuando se despidió, ya sólo dijo: -“Buenas noches”.

EL ENCUENTRO

En la entrevista siempre se dirigió a mí con la palabra “hermano”. “Sí hermano… no hermano… así son las cosas hermano”. El hermano, mí entrevistado, mi ídolo, no aceptó consumir drogas y respecto al alcohol, afirmó que tenía ya varios años de asistir a un grupo de Alcohólico Anónimos en el Sanatorio Español.

Habló de la bancarrota y culpó a su cuñado –hermano de Anel- de haberlo llevado al baile. De cometer un gran error, trabajar, trabajar, trabajar… sin hacer ni pedir, cuentas.

Reconoció que la relación con su esposa Anel, no era excelente. Que sus problemas con su voz, estaban siendo atendidos por especialistas, pero, sobre todo, que él, tenía una nueva visión de la vida y que estaba dispuesto a enfrentar y resolver todos sus problemas. Que estaba consciente de pisar un nuevo escenario.

Habló de su primer gran amor y primera esposa, la también actriz y cantante Kiki Herrera Calles –nieta del ex presidente de México, Plutarco Elías Calles-, una mujer que le doblaba la edad. Ella 40 y él 20, de ahí, de esta parte de su vida nació la canción 40 y 20.

Pero la Kiki Herrera Calles era de la calle, de la noche, de la bohemia, de los amigos, del glamur que viven los artistas, donde disfrutan de sus amigos y de la vida sin más escenario que el momento mismo.

Una noche, literalmente el tren se llevó a la Kiki Herrera Calles y la mató. Esto en Polanco.  Luego, José José conoció a Anel, se casaron, tuvieron dos hijos. Luego se divorció de ella y, hoy, en su cama de hospital, José José, no quiere verla.

José José contó la anécdota de un día que regresó de un concierto en Los Ángeles y sus hijos, José y Marisol, niños aún, lo despertaron y le pidieron que fueran a un tianguis de juguetes, porque estaba próximo el 6 de enero, día de los Reyes.

“Hermano, no me pude negar. Me abrigué, me puse una bufanda que sólo me dejaba libres los ojos, lentes oscuros, un sombrero y un abrigo largo. Imposible de que me reconocieran en la calle y salí con mis hijos. Alguien me descubrió –quizá por mis hijos- y dos horas estuve repartiendo autógrafos. Mis hijos se fastidiaron.

Finalmente, la entrevista se publicó en el diario LA PRENSA con fotos donde compartimos la mesa, donde estuvieron sus hijos, no así Anel. Para la sesión de fotos fue en el jardín de su residencia. Al despedirnos, me dijo “Hermano” y pidió a Dios que me acompañara…

Meses después en gira de trabajo, cuando yo bajaba de un avión –vuelo comercial-, en el aeropuerto de Zacatecas, detrás de mí escuché una voz: “¡Mi hermano!” Era José José, quien me reconoció, me saludó con gusto y, yo, hasta ahora, guardo ese momento que para mí, es de gran orgullo y gran satisfacción por conocer a un gran hombre, un gran cantante y un auténtico ídolo. Hoy, “mi hermano” pasa por momentos de salud muy difíciles. Como él me despidió aquella vez, hoy, yo le digo en tono alto: Que Dios te acompañe. ¡Hermano!

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