Columnas

PRESIDENTE ENTRE DOS FUEGOS

Por: ARMANDO RÍOS RUIZ

Apuntó el escritor José Ingenieros en su libro El Hombre Mediocre, escrito a principios del siglo pasado, que el hombre es el arquitecto de su propio destino, frase recreada en un poema del inolvidable poeta veracruzano, Salvador Díaz Mirón, que encierra toda una verdad a la que ahora y siempre se enfrentará el Presidente López, convencido de ser el elegido por La Divinidad para generar los grandes cambios de México, pero entregado más bien a su destrucción.

Psicólogos de grandes méritos han repetido que se trata de un individuo seguro de tener siempre la razón, que lo torna autoritario, reacio a admitir argumentos que vengan en contrario a lo que piensa. Por ello, eso de que sus iniciativas deben ser aprobadas sin cambiarles una coma. Por ello también, muchas personas valiosas se han desligado de su amistad. Porque muy pocos soportan que otro quiera imponerles su voluntad, sobre todo cuando proviene de un ser notoriamente inferior. Sin predisposiciones para competir por la razón.

Esta debe ser impuesta sin chistar. Sin remilgos. Sin discutir. Como jefe tiene la ventaja de amenazar, de regañar y de despedir a quien no concuerde. Esa misma enfermedad lo obliga a mentir y a olvidar inmediatamente su mentira para encimarle una nueva concepción. Sólo por esto acepta que se equivocó. Pero para su provecho. 

Acaba de demostrarlo cuando admitió haber reñido denodadamente el retiro del Ejército de las calles y ahora ha tenido que recurrir a la amenaza, a la cooptación de voluntades y al cohecho con mucho dinero, para imponer lo que tanto peleó al revés.

Gritó a los cuatro vientos que el Ejército debería volver a sus cuarteles y ahora se muestra satisfecho de mantenerlo afuera, con la última votación en el senado, en la que los judas del PRI y del PRD coadyuvaron para satisfacer su capricho, que servirá para cubrirle las espaldas cuando sea necesario, que no para realizar labores de seguridad.

El quehacer de los delincuentes es operar fuera de la ley, con la comisión de robos, traiciones, asesinatos y todo lo que se llama delito. El del Ejército, velar por la seguridad de los mexicanos. Se trata de dos temas antagónicos que rivalizan por su propia naturaleza. Pero en la decisión del Presidente ¿cómo es posible mantener a los dos ejércitos: el que conforman los criminales y el que pertenece al Estado para su seguridad? Los primeros son también seres humanos que merecen nuestro respeto. Por lo tanto, los segundos deben respetarlos.

Luego entonces, la lógica dice que en este momento y de acuerdo con las actitudes asumidas por el Ejecutivo frente al crimen, ambos le son necesarios. Uno para ejecutar decisiones suyas, que sirvan para intimidar, “convencer”, secuestrar y cosas peores. El trabajo del otro no está claro del todo. La lógica dice también que para sepultar cualquier brote de violencia en contra del gobierno. Para acallar voces de impaciencia en su contra. Para desaparecer a los enemigos y cosas por el estilo. En su lógica, los últimos no pueden perseguir a delincuentes.

Pero las Fuerzas  Armadas tienen tanto trabajo, que el tiempo no podría rendir para perseguir a los malos. Realiza 227 tareas que pertenecen al ramo civil, con un presupuesto que alcanza más de 70 mil millones de pesos para cumplir con semejante cometido. De acuerdo con una opinión, “al darle más facultades, recursos y poder, está ocasionando que el Presidente actué bajo presión y se vea orillado a defenderlos a pesar de los cuestionamientos por su desempeño”.

“Rubén Ortega Montes, miembro del Observatorio de Seguridad y Justicia de la Universidad de Guadalajara, considera que el actual gobierno ha tenido que doblegarse ante la milicia y muestra de ello, no solo es el caso Ayotzinapa. También lo fue la detención y posterior exoneración del ex secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos”. Señala un medio periodístico.

Pero no sólo defiende a los miembros de las fuerzas armadas. También a los de las otras fuerzas igualmente armadas, que ejecutan acciones opuestas, con la complacencia aun inexplicablemente abierta de propinarle abrazos.

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