Ciencia y tecnología

Tratar la locura. La historia de la psiquiatría en México

Las aproximaciones a la salud mental reflejan el pensamiento de una época.

Por Elisa Domínguez Álvarez-Icaza, Ciencia UNAM-DGDC

La locura es parte de la naturaleza humana, por tanto, buscar su cura ha sido una misión compartida y extendida. Esta inquietud ha llevado a profundizar en los enigmas de la mente hasta llegar al desarrollo de la psiquiatría, una disciplina a menudo oscurecida en el imaginario que teme a médicos crueles e intervenciones dolorosas.

Lo cierto es que, al mirar hacia el pasado, se reviven calamidades y maltratos. Pero también se encuentra una ventana enorme hacia las ideas, los esfuerzos en pos de la mejoría, la atención y una resolución a las necesidades que cada momento histórico suscita.

Hay tantos mitos alrededor de los inicios de la psiquiatría como intentos por desentrañarlos. Andrés Ríos Molina, investigador del  Instituto de Investigaciones Históricas, se ha dedicado a estudiar su desarrollo en América Latina.

Narra que a inicios del siglo XIX, la medicina se bifurca en los padecimientos mentales. Primero aparece un campo de conocimiento llamado alienismo, la primera disciplina encargada de tratar a estos pacientes. Consecuentemente, se recabó información sobre diferentes enfermedades, lo que se conoce como psicopatología descriptiva, menciona el historiador.

La psiquiatría, rama de la medicina dedicada a los trastornos mentales, se fue desarrollando durante el siglo siguiente. Primero, los pacientes se trataban bajo una lógica custodial, es decir, mediante el cuidado y encierro, hasta que se propusieron distintos tratamientos en tanto que los avances en neurología y farmacología prosperaban.

Particularmente en México podemos encontrar médicos como Samuel Ramírez Moreno, considerado un pionero en la modernización de la disciplina, recuerda el historiador; o Mathilde Rodríguez Cabo, la primera psiquiatra mujer del país, especialmente interesada en la protección de las infancias, según la doctora Susana Sosenski.

Es importante notar que los padecimientos mentales no siempre han sido vistos como los conceptualizamos hoy en día. El loco era aquel que amenazaba el orden social: los viciosos, los criminales, los que ignoraban la moralidad, los vagabundos. Quien presentara conductas “anormales” era considerado como tal, a menudo sin que hubiera un ojo clínico detrás.

De acuerdo con la teoría de la degeneración, paradigmática en ese entonces, quienes padecían de la locura eran un impedimento para el desarrollo, comenta el doctor Ríos. Se pensaba que, si una persona era alcohólica, tendría hijos epilépticos; y a su vez éstos heredarían a sus hijos enfermedades más graves, sumando al deterioro de la población y al atraso evolutivo.

Un palacio de la modernidad

Cuando en los países latinoamericanos nacía el interés por ser una sociedad a la vanguardia, se pensaba que “toda ciudad moderna debía tener un manicomio porque la locura iba de la mano con la civilización”, comenta el investigador.

En México, durante el Porfiriato, en aras de alcanzar la ansiada modernidad, se planeó la construcción de la Castañeda, el centro psiquiátrico más famoso de la historia nacional. Lo curioso es que primero se hizo la edificación, antes de contar con el personal cualificado. “Se dice que fue para motivar a los médicos a que se volvieran psiquiatras; había muy pocos”, expresa el académico.

Antes existían dos hospitales para atender la demencia: el Hospital de San Hipólito para hombres, el más antiguo de América ubicado enfrente de la alameda de la ciudad; y el Hospital del Divino Salvador, para mujeres. Para entonces, se buscaba sacar a los locos del centro, por lo que pensaron en localizar el nuevo recinto a las afueras de la ciudad.

Así nace el Hospital Psiquiátrico “La Castañeda”, de estilo francés, como parte del proyecto político. Junto con la cárcel de Lecumberri, fungía como un centro de control para aquellos sujetos considerados una amenaza social.

El inicio del centro coincidió con la detonación de la Revolución, lo que afectó sus condiciones ante la crisis social. En los años veinte se retomaron los esfuerzos por profesionalizar la atención, para después volver a caer en el abandono. Se decidió cerrar en 1968 cuando otras instituciones tomaron su lugar.

La vida dentro

“Es un universo lo que había allá dentro”, expresa Ríos Molina. En el manicomio, ubicado en Mixcoac, anteriormente considerado una zona periférica, la gente se quedaba por mucho tiempo ahí. Normalmente, los pacientes eran ingresados por sus parientes y muchas veces eran abandonados. Las familias veían ahí la posibilidad de tener un apoyo externo.

El presupuesto, mayormente estatal, era sumamente limitado. “La pelea de los psiquiatras siempre era por recursos para alimentarlos, tener ropa. Generalmente había enfermedades epidémicas por insalubridad”, enfatiza el historiador.

Aun así, la Castañeda llegó a tener un pabellón para pensionistas, gente con poder adquisitivo que podía pagar una mensualidad y así obtener ciertos privilegios como no usar el uniforme, tener una enfermera personal, y recibir visitas en cualquier momento. Cuando en los años treinta, se inauguran instituciones psiquiátricas particulares más avanzadas, esa población empieza a decrecer.

En la década de los cincuenta es cuando aparecen los primeros psicofármacos. Previamente, se usaban todo tipo de técnicas para subir la temperatura del cuerpo, ya que se creía que los delirios y los comportamientos maníacos bajaban. Por ejemplo, contagiaban a los pacientes de malaria, lo que les provoca fiebre. Después se dedicaban a curar el parásito introducido.

Asimismo, se inducían varios tipos de coma como el insulínico, para provocar una muerte artificial e intentar revivir al paciente. O se administraba cardiazol, que era un medicamento que generaba convulsiones. Los electrochoques eran otro tratamiento. Ninguno de estos remedios era usado excesivamente porque costaban dinero que no se tenía, precisa el investigador.

Los médicos estaban al tanto de los criterios internacionales para la clasificación de los padecimientos, sólo que la forma de diagnosticar cambió drásticamente a lo largo de los 58 años de vida de la Castañeda. Al principio muchas personas eran diagnosticadas con epilepsia, que era entendida, más allá de las convulsiones, como conductas destructivas, personas malas, peligrosas para su entorno.

La esquizofrenia fue siempre el padecimiento más identificado, junto con la psicosis maníaco depresiva. En 1952 aparece el primer Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) y se vuelve el documento de referencia para lograr obtener datos a partir de criterios internacionales. Antes no existía una concordancia, dependía de la persona que estuviera a cargo.

En casi todos los manicomios latinoamericanos, hubo más hombres que mujeres, “No quiere decir que no se puede hacer una lectura de género. Porque finalmente, para una familia era más fácil atender o convivir con una loca en la casa. La ponían a hacer algo. En cambio, para la gente que vive en las ciudades, un hombre loco ya no sirve porque no está generando dinero a la familia”, menciona Andrés.

Uno de los índices más preocupantes era el de la población migrante. Su vulnerabilidad incrementaba al no tener una red familiar de apoyo, ni condiciones óptimas para trabajar o vivir.

Miradas a la locura

Para elaborar sus investigaciones, el historiador recurre a varias fuentes. Los informes clínicos de los pacientes son una de las principales. Contienen sus características sociodemográficas como su edad o lugar de nacimiento. “Hay expedientes con descripciones muy grandes de los delirios, cartas de los pacientes, cartas de los familiares, dibujos. Y otros que tienen muy poca información”.

La información administrativa de las instituciones también es inagotable. Leer la correspondencia interna donde discuten los problemas que los aquejan es esclarecedor. También hay textos clínicos, escritos por médicos, artículos en revistas científicas y tesis, parte de una historia intelectual. Así como los relatos, las notas de prensa, las fotos, incluso películas, ilustran la vida en el manicomio.

Andrés Ríos también ha estudiado los productos culturales en relación con la locura: “Yo me acerqué al cine, a las fotos, a los cómics, tratando de ver el conjunto de prejuicios que existieron ahí en el ambiente y siguen existiendo”. Los padecimientos mentales no son solamente un problema biológico o bioquímico, tienen una vertiente social; hay criterios morales detrás, que escapan de lo clínico.

El lugar de la persona determina la experiencia. Mientras en las clases bajas, el loco era visto como un potencial criminal que había que encerrar; el rico era una persona de mundo, estresada, nerviosa y artística.  El alcoholismo era mucho más satanizado en las mujeres que representaban los valores familiares.

 “La historia nos tiene que ayudar a conocernos como seres humanos; y la enfermedad mental forma parte de esto”; es poderosa contra la amnesia, los problemas que padecemos hoy en día se encuentran también en el pasado, finaliza Andrés.

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