Columnas

La claridad de la utopía en la Ciudad de México

Por: JOSE ALBERTO VAZQUEZ CRUZ

Es incuestionable que la transformación del país y de la capital deben continuar, que los problemas que aquejan a la población obligan a seguir atendiéndose desde raíz.

Los gobiernos de la Cuarta Transformación han demostrado que la aplicación justa del recurso público da resultados, hace unos días el Coneval ha certificado que durante los gobiernos de la llamada 4T más de 11 millones de mexicanos han abandonado la condición de pobreza y que el poder adquisitivo del salario se recupera positivamente como no sucedía en más de tres décadas.

En el caso de la Ciudad de México, cuna de las cuatro grandes transformaciones del país, Independencia, Reforma, Revolución y transformación pacífica de la vida pública; sus gobiernos están obligados a mantener el desarrollo y continuar siendo el epicentro del desarrollo económico, político, social y de la cultura nacional.

A casi 200 años de su fundación constitucional, sus habitantes nos encontraremos en una encrucijada para definir el futuro de la capital. Solo para precisar, basta señalar que el Distrito Federal, hoy Ciudad de México, se elevó a ese rango hasta la constitución de 1824.

Por ello, es necesario recordar que durante muchos años la capital fue una extensión política del gobierno federal, a su sombra y designio, los capitalinos éramos una especie de ciudadanos de segunda, sin capacidad legal para definir a nuestras autoridades y menos el rumbo de la metrópoli.

Desde su creación, la capital planteaba una singularidad, su orden de gobierno se encuentra dividido en dos ámbitos que actúan simultáneamente, el local y el federal.

Esta figura de “cohabitación” de los poderes locales y federales se le conoce como “la garantía de auxilio federal” la cual generó la intervención de las autoridades federales en diversas entidades durante el siglo XIX derivadas de la inestabilidad política de aquella época.

Es así como acontecimientos importantes en la ciudad siempre fueron previamente avalados por el gobierno federal como fue el caso de las olimpiadas y de los mundiales de fútbol, que incluso fueron financiados con recursos obtenidos por impuestos generales como la tenencia de los automóviles.

Antes del año 1997 el Distrito Federal era un departamento que dependía directamente del jefe del Ejecutivo Federal y su compromiso era con este y no con la población de la capital.

La vida democrática de la ciudad se limitaba a la organización partidista del priismo de esa época, como partido en el poder, en este esquema permearon las figuras de presidentes de colonia y jefes de manzana que respondían a la organización política del instituto partidario.

La administración local como dijimos poco hacía para resolver los problemas de los capitalinos y menos para fomentar la participación social.

Cansados de ser ciudadanos de segunda, los capitalinos vivimos una efervescencia política sin precedentes entre 1994 y 1997, podemos decir sin temor a equivocarnos, que fue el principio de la irrupción democrática más importante después de la revolución.

La reforma constitucional que permitió la elección de nuestras autoridades trajo consigo la contundente victoria de la izquierda electoral contenida en la figura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.

La guerra sucia, los fraudes electorales y la desesperanza nacional encontraban por fin un aliciente para cambiar las circunstancias de millones de mexicanos.

Desde ese momento la capital vivió un desarrollo democrático único en nuestro país, la participación de la gente se volcó en factor decisivo del acontecer nacional, figuras como Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard simbolizaron los gobiernos progresistas que sacarían adelante las aspiraciones de cambio.

Y así fue, el cambio en el gobierno local trajo consigo importantes modificaciones a las políticas públicas, los menos favorecidos encontraron atención en el gobierno, las calles fueron invadidas por la cultura, los programas sociales se convirtieron en mecanismos de protección a los más pobres.

Ante ello, la derecha reaccionó ferozmente, tuvimos el embate a las finanzas públicas, a la capital le fueron, sistemáticamente, reducidos las transferencias federales, vivimos el desafuero y la cooptación de personajes clave del progresismo capitalino, como fue el caso del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera.

 De 2012 a 2018 la capital vivió una de sus peores épocas de gestión pública, la corrupción creció de manera galopante, como ejemplo ahí está el cartel inmobiliario auspiciado por panistas y perredistas, se diluyeron las fronteras entre el partido progresista y la derecha, el dinero y la componenda corroyeron el desarrollo alcanzado en 15 años de gobierno plegado a la izquierda.

Con la llegada del presidente López Obrador y de Claudia Sheinbaum, la capital poco a poco ha recuperado su brillo, pero sobre todo su vocación de apoyar a los que menos tienen.

De manera que, con el termino de los gobiernos de estos últimos personajes emergen figuras para suceder en este proceso de transformación.

Clara Brugada se adelanta en las preferencias de la base morenista con un objetivo similar al de Sheinbaum, profundizar la transformación, sin titubeos, ni devaneos con la derecha moralmente derrotada, la cual busca recovecos para reinstalarse en el gobierno.

La alcaldesa Brugada ha demostrado con creces que un gobierno con vocación social puede transformar la vida de millones de personas y cambiar su entorno en polo de desarrollo.

La política social estrella de su gobierno, las utopías, son espacio de reencuentro entre la población de todas las condiciones sociales y la firme voluntad de que, a pesar de las circunstancias adversas de inseguridad, pobreza, deterioro del tejido social, es posible una sociedad más justa.

Iztapalapa por muchas décadas fue el traspatio de la política de la ciudad, basurero en la periferia, hoy el gobierno de Clara Brugada ha revertido esa tendencia, la alcaldía que representa más de un tercio de la población de la ciudad tiene motivos para confiar en un futuro promisorio, tiene las calles más iluminadas del país, corredores seguros para mujeres, parques recreativos de vanguardia, inmejorables condiciones de movilidad para las grandes mayorías con transporte público ecológico y asequible como el metro, cablebús, trolebús elevado, en general, la restitución de la vida social y la confianza de que no habrá un paso atrás en el nuevo modelo de convivencia y desarrollo en la alcaldía.

Esas son las cartas de presentación de un gobierno cercano a la gente, de un cambio sustantivo en la alcaldía más poblada de la Ciudad de México y que pretende extenderse a toda la ciudad, una ciudad que reclama que se atiendan las necesidades profundas de las mayorías, que las clases medias tengan las condiciones para consolidar su futuro y que las oportunidades de empleo y desarrollo vayan de la mano del progreso de todas y todos y no solo la explotación de la riqueza de manera rapaz.

La población de la ciudad tiene en sus manos su futuro, tenemos confianza en la claridad de un mejor futuro.

De

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