Cultura

Creo estar enamorado

Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA

Las señales se vuelven cada vez más claras. Comienzan con aquella necesidad de un abrazo que se cuela a cualquier hora presionando el pecho, provocando suspiros; se ve reflejado de manera clara con la súplica constante por un beso que nos salve de aquella trágica abstinencia que nos hace comernos las uñas.

Aparece junto a las ansias de saber sobre la vida de una persona en específico, que recompone con tanta facilidad los colores del mundo; empieza por saber que existe y sonreír por su existencia. Se ve reflejado en las letras que escribimos, en los temas que platicamos, en aquel revulsivo que nos hace enfrentar el mundo. Signos claros que se muestran como pruebas comprobando cuán profundamente estamos cayendo en el amor.

Desde el terreno del amor todo se aprecia de manera distinta. Algunos sentidos se ven adormilados, mientras otros se encuentran más despiertos que nunca; el olfato se potencia y los perfumes adquieren un peso específico en la memoria relacional. La música se aprecia distinta; cada nota y cada letra toman fuerza, así como profundidad, tendiendo a transformar al contacto.

La sonrisa nos delata, al igual que las pupilas dilatadas que miran más allá del horizonte posible, atravesando el plano terrenal, observando con tanta atención y tanto cuidado, atesorando el momento, con la intención de que aquel instante se prolongue, que aquel momento perdure.

LA BÚSQUEDA

Buscamos sentir y en nuestras ansias por hacerlo, en ocasiones confundimos el amor con compañía. Queremos con tantas ganas sentir aquella calidez, que olvidamos tomarnos un momento para respirar, para saber qué sentimos realmente. Aunque se vuelva complicado llevar lo que sentimos al terreno de lo lógico y cuantificable, es necesario tener un piso que nos ayude a saber qué queremos, identificar las señales.

En cambio, hay quienes evitan a toda costa aquella etapa de enamoramiento, porque no toleran sentirse vulnerables; así, pierden la oportunidad de abrigarse en el sentimiento; hacen a un lado toda posibilidad de formar recuerdos que trasciendan. Generalmente pasa por malas experiencias que decepcionan, quitan de golpe las ganas de amar, nos hacen cerrar las puertas y ventanas, colocar candados, trampas punzantes y recordatorios en la nevera; que provocan el auto encierro que nos exilia de cualquier posibilidad de amar.

Aquella búsqueda, a veces es involuntaria. Somos arrojados sin haber sido notificados previamente de nuestra situación, sin tener la posibilidad de recurrir a una defensa adecuada o conocer una ruta de escape. Abrimos los ojos y el amor está ahí, delante nuestro, tomándonos de la mano, abrazándonos con su perfume, cantándonos al oído o tocando las cuerdas de una guitarra. Está ahí, componiendo aquella sensación de siempre haber estado cerca de nosotros; volviendo la distancia una tortuosa agonía que cala la piel, hiela el aire e irrumpe nuestro pecho.

Involuntaria o no, aquella búsqueda es extraordinaria cuando se vuelve encuentro.

De

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