Cultura

Solitario engranaje

Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA

Las piezas se encontraban regadas por el piso, nada concordaba a simple vista. Cada engranaje fungía como un solitario elemento que no encajaba de ninguna forma, por lo que mi tarea de juntarlo todo se volvía tan complicada como la existencia misma.

Unos con otros, los colores no indicaban una ruta a seguir, ni las formas y figuras daban pista alguna; sólo se apreciaban resquicios de lo que podía ser, generando más preguntas que respuestas. Cada elemento estaba en el suelo, y por más que recogía aquellos pedazos de mí, no eran aceptados de buena forma; así, permanecimos a la espera, como otros entes alrededor, contando con la esperanza de que alguien más llegara a indicar, por lo menos, dónde se encontraba la salida.

La desesperanza siempre nubla el juicio, por lo que la calma se vuelve una ruta lo suficientemente correcta como para armar todo de nuevo, o siquiera darnos la oportunidad de intentarlo. Así fue, pieza por pieza todo fue mejorando delante de mí, los pasos que había dado hasta el momento cobraron sentido, mi voz cruzó con mis manos, haciendo que los movimientos fueran ejecutados en sintonía.

Nosotros, solitarios engranajes, nos convertíamos en maquinarias aceitadas funcionando nuevamente a la perfección, a la espera del siguiente movimiento que engarzara con las otras piezas que comprenden el mundo que nos rodea, soñando con el destino de girar, pensando con miedo el fatídico futuro de forzarnos o el terrible escenario de rompernos.

UNA PIEZA MÁS

En el esquema que nos encontramos viviendo, cada persona interactúa con su entorno y de cierta forma actúa como una pieza más entre tantas que ejecutan movimientos, la mayoría del tiempo autómatas. Sin pensarlo mucho, somos abatidos por la utilidad pública de actuar para que lo demás funcione; tomamos nuestro papel, orgullosos de la empresa, sin pensar en nuestra felicidad o nuestra apremiante tristeza.

No sabemos qué hacer más que girar, dar vueltas moviendo otros elementos; ni siquiera somos conscientes del fin último de todo, sólo compramos paradigmas de lo que debe ser, adquirimos en oferta el, “así se ha hecho siempre”.

ALGO CAMBIA

Nunca terminamos igual que como empezamos. Pese a que lleguemos a tocar la tierra donde antes estuvimos, algo cambia; o quizás nosotros cambiamos, razón suficiente para que todo cambie.

Si de cierta forma todo cambia, entonces se vuelve natural que la posición de los engranes de la vida se transforme. Cada pieza que conforma nuestra vida, cambia, para bien o para mal, rompiendo constantemente nuestras expectativas. Vemos con deseo ciertos escenarios, mientras otros no se salvan de nuestro repudio o miedo.

Independientemente de lo que queramos, el presente toma la forma que debe tomar, por lo que no debería volverse una agonía aquella incertidumbre, ni una resignación incuestionable, sino encaminarse a la constante naturaleza del cambio.

Somos solitarios engranajes en transformación, por lo que podría decirse que, si no ajustamos nuestros movimientos, si no somos capaces de adaptarnos al ahora, morimos, o por lo menos terminamos estancados sin poder enfrentar la realidad que nos tocó vivir.

De

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