Las naciones heredaron crisis que fueron atendidas con la desregulación económica sin contar con las estructuras necesarias
Sebastián Godínez Rivera
El fin de la Guerra Fría tiene dos momentos que marcaron su ocaso, el derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991. El primero marcó una división física e ideológica al término de la Segunda Guerra Mundial (1945) cuando el ejército rojo de Stalin asumió el control de Alemania.
El ex primer ministro británico, Winston Churchill, denominó a este muro como la cortina de hierro. En su discurso lo mencionó de la siguiente forma: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero” (1946). El Muro de Berlín no solo es un recuerdo de las atrocidades que se cometieron durante el socialismo por parte de la Rusia socialista.
La Unión Soviética en 1956 aplastó por la fuerza la Revolución húngara que desafió al socialismo soviético; los tanques pasando por Budapest fueron sinónimo de la represión. Durante las oleadas juveniles de 1968, en Checoslovaquia se gestó la Primavera de Praga. El presidente, Alexander Dubček, un reformador que liberalizó los derechos y pretendió humanizar el socialismo, no gustó a Moscú. Con tanques y tropas de países como Hungría, Polonia y Alemania del Este se sofocó la ola reformista.
Durante los años ochenta, el muro se convirtió en símbolo de represión, sobre todo porque el crecimiento económico de la Unión Soviética se detuvo. Alemania del Este fue uno de los países más afectados, al punto que sus ciudadanos brincaban la cortina de hierro para huir. Las hazañas inspiraron diversos libros: En el Muro de Berlín, la ciudad secuestrada de Sergio Campos (2021); Nunca volveré a Berlín de Roberto Ampuero (2024); El saltador del muro (2020) de Peter Schneider; o Las chicas del muro (2020) de Jorge Corrales.
Tras el fin de la década de los años ochenta, el bloque comunista comenzó a colapsar producto de una contundente, pero no definitiva victoria de los Estados Unidos. En 1989, la insostenibilidad del modelo estatista, frente a la liberalización económica impulsada por Margaret Thatcher en Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos, la Unión Soviética comenzó a sentir presión.
El costo de vida se incrementó, la economía se estancó derivado de los costos de la carrera armamentística. A esto se sumaron las voces en las otras repúblicas que exigían su independencia. La llegada de Mijaíl Gorvachov a la cabeza de la URSS se caracterizó por una serie de reformas que buscaban la apertura a la democracia y al libre mercado, el Glasnost y la Perestroika.
Entre 1989 cuando cayó el muro, en la madrugada del 9 y 10 de noviembre la gente se reunió de ambos lados. Las imágenes de los autos pasando a Alemania occidental; los ciudadanos rompiendo el muro con mazos y las cuerdas que arrancaban pedazos de este, eran símbolo de los nuevos tiempos. El mundo presenció la caída del telón de acero y un año después presenció la reunificación.
En 1990 las reformas produjeron el colapso de los soviets, se acordó mediante los acuerdos de la Mesa Redonda que la entonces República Democrática Alemana (RDA), de corte socialista, debía desarrollar estructuras democráticas para elegir a sus dirigentes. Como dato adicional, estas mesas dieron paso a que en Polonia se reconociera a Lech Walesa como cabeza del sindicalismo de los astilleros (años después se convertiría en presidente de dicha nación y sería la punta de lanza que derrotó al socialismo.
La RDA enfrentó una crisis de producción derivado de la crisis de la economía y el modelo estatista; esta nación fue de las primeras del bloque socialista que adoptó políticas liberalizadoras, lo que generó molestia en el bloque soviético. Para 1990 se firmó el Tratado Dos más Cuatro, en Moscú el cual estableció diez puntos para la reunificación entre el oriente y occidente. Este fue avalado en el Bundestag por 299 votos a favor y 81 en contra.
Sin embargo, aunque desapareció la barrera física e ideológica, la realidad ha refutado la teoría del triunfo de la democracia y el liberalismo en el este. Recientemente partidos y líderes populistas, iliberales y autocráticos ejercen el poder desde el desplome del socialismo real. Por ejemplo, en las pasadas elecciones generales alemanas, el partido radical Alternativa por Alemania ha ganado espacios en la antigua parte socialista.
Primeros ministros euroescépticos como Viktor Orbán en Hungría, Robert Fico en Eslovaquia y el recién llegado Andrej Babis de República Checa rompen con el liberalismo. Al contrario, en algunos casos están alineados con las posiciones rusas, limitan los derechos humanos y persiguen a la oposición. Algunos presidentes como el croata Zorán Milanovic; Aleksandar Vucic de Serbia; Vladimir Putin de la Federación Rusa; o Alexander Lukashenko de Bielorrusia se han convertido en referentes del euroescepticismo y el autoritarismo.
La caída de la URSS sin duda llevó al desplome del socialismo, pero no del autoritarismo o en algunos casos dio paso a regímenes híbridos. La división es clara, Europa del Este ha optado por personajes euroescépticos que desafían la tesis del liberalismo. En Polonia el partido Ley y Justicia formó un régimen hegemónico entre 2015-2023; Moldavia, Rumanía y Georgia, candidatos prorrusos compitieron bajo el manto del Kremlin para evitar que estos se unan a la Unión Europea; solo en Georgia el autoritarismo triunfó.
A 36 años de la caída del muro, es pertinente hacer una reflexión sobre los cambios de esta región y su turbulencia. Es llamativo que partidos y líderes iliberales sean tan prolíficos en esta región, no obstante, sería ingenuo considerar que aparecen por generación espontánea. Una de las claves, tiene que ver con el desarrollo económico, desde los años ochenta el antiguo bloque oriental enfrentó problemas para el crecimiento económico.
Las naciones heredaron crisis que fueron atendidas con la desregulación económica, sin contar con las estructuras necesarias. El rezago se ha traducido en desigualdad y en falta de oportunidades, lo que genera un campo fértil para discursos populistas y euro escépticos. El muro físico desapareció en 1989, pero la división ideológica solo fue reemplazada por el iliberalismo; como si de una barrera fantasma se tratara se ha formado un cinturón de países euro escépticos.
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Para DeReporteros

