«La Grilla en Rosa» de Fabio (versión que quiere evolucionar en un tiempo de trabas al desarrollo)
De por sí, «celebrar» la Revolución Mexicana es una tarugada. Fueron diez años de robos, de retraso, de un millón de muertos (cuando México tenía como 11 o 12 millones de habitantes), de entronización de nuevos rateros sobre los viejos rateros. Con el desgobierno actual es exactamente lo mismo.
Por si no lo habían notado, estamos en un fenómeno de envidia pura. Para el mesías muerto de hambre, las críticas al sistema que lo engendró eran por la corrupción, el abuso, el enriquecimiento del que no lo hacían parte. Una vez llegado al poder, al muerto de hambre le faltaban manos para robar dinero público y privado.
Para poder robar mejor es que pergeñó su secta de rateros, con otros mediocres igual de haraganes y tramposos, ansiosos de tener dinero ajeno sin hacer nada. Ese es el pensamiento fundacional de la nociva fanaticada pejista.
La corrupción, los robos, los abusos, el dispendio, el exceso de lujos y las comaladas de millonarios sexenales fueron malas hasta que llegó él con su pandilla a parasitar Palacio Nacional. Una vez dentro, todo lo anterior se volvió bueno y justificable. Lo que antes merecía toneladas de críticas y descalificaciones de parte del opositodo, se volvió pretexto para defender a rateros, corruptos, violadores, transas multimillonarias, hijos haraganes y ladrones, hasta una transa montada en todo un entramado gigantesco de corrupción, como el contrabando de gasolinas ilegales.
Desde que llegó el Pejestorio, nunca hemos visto un sólo miembro de la secta castigado por sus delitos, así fueran muy graves. Todos han tenido el perdón y el refugio debajo de la cola de la rata mayor, el estafador de los 200 pesos en la bolsa. Ni lo veremos castigados, pues reconocer un sólo error, aparte de que va en contra de la naturaleza que el hijo de perra macuspano, que se cree perfecto e infalible, abrir un sólo flanco de culpabilidad da fácil curso a tirar el castillito de transas, que se vendría abajo rápidamente debido al peso de tantos crímenes.
El principal criminal usaba su circo diario para cometer en tiempo real y cadena nacional toda clase de delitos: liberar narcos, difamar personajes y opositores, atacar periodistas, confesar transas, pasarse la ley por entre los juanitos, y mil ilícitos más. Su marionetA le copia eso al dedillo. Para eso entrenó a su monita guerrillera.
La involución mexicana incluye el daño a la mentalidad del mexicanito promedio, convertido más en promedio que en mexicanito, pues por unos pesos deja que le roben el país sin que le importe y gritando que el Pejendejo ha sido el mejor presidente que esta especie de país eternamente autosaboteado ha tenido.
El mexicano actual es muy ignorante, muy maleable, haragán a fuerza de dinero regalado, de una mediocridad que espanta. Justo la clase de minions que quería tener el mesías.
Del daño patrimonial al país, de la torcedura de sus leyes y su vida democrática tardaremos décadas en reponernos. Del daño mental y de actitudes, de eso quién sabe cuando se cure el daño causado por las taras sembradas en la mente del mexicanito por la cuarta deformación.
En pleno siglo XXI, la resecA pretende joder a su creciente cauda de detractores y francos enemigos (tiene una gran capacidad para caer muy mal tan sólo con verla) diciendo que son «porfiristas». Al menos ya no le echó la culpa de eso a Calderón, pero si sigue con ese ritmo, al rato va a juntar en la lista de los hojaldras contrarios a sus desgobierno hasta a Félix María Calleja, el general virreinal que escabechó a Miguel Hidalgo.
Eso sí, como mexicano profesional que soy, le dedico cada mentada textual o mental al fundador de la involución mexicana, sin zafo ni nada, por el daño a mi país.
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