Cultura

Sobre Sueño en Guadalajara y otros cuentos, de José Baroja

Columna: «Guadalajara, ficción que arde»

Por José Urrutia Vasconcelo

Por más que se intente leer este libro como una mera colección de relatos, Sueño en Guadalajara y otros cuentos es, en realidad, una radiografía emocional y existencial de la ciudad y del país. El escritor chileno José Baroja —exiliado voluntario o víctima del embrujo mexicano, según el lector prefiera— escribe como si estuviera montado en un camión de transporte público a las cinco de la mañana, con el estómago vacío, con el corazón a medio construir, pero con la mirada viva de quien aún se resiste a dejar de imaginar.

Este libro no solo sueña Guadalajara: la duele, la escupe, la acaricia y la transforma. Como señala el prólogo de Carolina Merino Risopatrón, Baroja presenta una serie de relatos donde “las cosas de Latinoamérica” —la corrupción, el machismo, la pobreza, la muerte, la burocracia, la impunidad— no son decorado, sino sustancia. Y aun así, se las arregla para encontrar, entre los escombros, una chispa de humor, una ironía redentora o una ternura a contracorriente.

El cuento que da título al volumen es un acto de resistencia literaria. El narrador —un escritor sin un peso, acorralado por la lluvia y la precariedad— imagina una Guadalajara distinta: una donde la gente pueda volver a casa sin miedo, donde las Anitas no mueran a manos de sus madres, donde los políticos no asesinen a sus esposas con la misma naturalidad con la que se peinan el bigote. Pero no se engañen: esa Guadalajara luminosa es solo posible en la ficción, “una Guadalajara que habita en mi cabeza”, escribe el narrador. En el fondo, esa es la gran tragedia y también la gran esperanza del libro: mientras haya imaginación, hay un refugio.

Cada cuento retrata, desde un ángulo distinto, el delirio de sobrevivir en México. Están los godínez alienados, los burócratas vencidos por sellos y trámites imposibles, los políticos que matan y ríen en una misma línea, las putas invisibles, los niños abandonados, los viejos que bailan para no morir antes de tiempo. En “Rumba”, por ejemplo, la ciudad de México se convierte en escenario de dignidad cotidiana gracias a un anciano que sigue contando historias en las esquinas; en “Burocracia a la mexicana”, Kafka se encarna en una fila interminable y en una carpeta que siempre le falta un papel; y en “Godín”, el trabajo se convierte en prisión, hasta que el cuerpo, literalmente, muere en el asiento.

Pero Baroja no escribe con la simple intención de denunciar. Su lenguaje está cargado de ritmo, de humor negro, de ternura brutal, de juegos metaliterarios. Los personajes, aunque estén hundidos en la miseria, conservan algo profundamente humano: deseo, vergüenza, miedo, resistencia. Como si la literatura fuera su último escudo, el autor se entrega a una especie de confesión cruda, a veces dolorosa, a veces hilarante, pero siempre lúcida.

En un país donde “el ser mexicano” —como ironiza el narrador— “no se explica ni con un Laberinto de la soledad”, este libro aparece como una nueva y urgente forma de comprenderlo: desde adentro, desde abajo, desde la herida. Sueño en Guadalajara y otros cuentos no es una oda a una ciudad, sino el grito que se emite desde sus entrañas.

Baroja, al final, logra lo impensable: nos hace reír entre lágrimas, y amar una Guadalajara que quizás nunca ha existido, salvo en la ficción.

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