Metropoli

HISTORIAS EN EL METRO

Dos días después leí que detuvieron a una banda de ratas de dos patas, que operaban en el Metro Chabacano

CHABACANO

Por Ricardo Burgos Orozco

Cuando sufres un asalto nunca quedas igual, difícilmente te recuperas porque en tu memoria, tu subconsciente o en alguna parte de tu cerebro permanece la amarga experiencia. Quien ha sido asaltado, con violencia o sin ella, sabe de lo que estoy escribiendo. Se siente una gran impotencia, mucho coraje, tristeza. Se combinan infinidad de sentimientos.

Yo había sufrido tres asaltos anteriores, pero, nunca antes en el Metro. Me da risa cuando me acuerdo porque uno de ellos fue cuando trabajaba en comunicación social de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, regresando de comer, en un parque cercano de Carmona y Valle, en la colonia Doctores, donde estaban las oficinas. A punta de pistola, me quitaron un reloj y dinero.

Muy sácalepunta e influyente pedí una patrulla dizque para que los siguiera. Nunca llegó. Me fui a la oficina y dos horas después me habló un comandante para decirme que ya estaban a mi disposición los policías en el lugar de los hechos. Le contesté riéndome: ¡No, ma…no, ya no, gracias! Como nunca me habían asaltado en el Metro, malamente andaba muy confiado entre la multitud, con cartera, dinero, celular, tarjetas de crédito, tarjeta de débito, credencial de elector y demás. Fue muy temprano, como a las 9 y minutos de la mañana. Iba al centro.

Me subí en Ermita. El vagón estaba lleno, pero traté de acomodarme lo mejor posible, sin estorbar. Sentí apretones, pero creí que eran normales y bien intencionados. Sospecho de tres personas que se subieron en Chabacano; aparentaron no conocerse entre ellos, pero seguro que sí y esa fue su estrategia. Eran una mujer y dos hombres, uno de ellos de camisa y chamarra, pero con el cabello bien cortado, chaparrito.

La mujer como de unos 40 años, traía rebozo, de cabello negro con trenzas, pero no parecía indígena. No me fijé mucho en el tercer tipo. La señora se colocó en la puerta de salida, un tipo cerca de ella y el otro estaba a mi lado, el chaparro de la chamarra. No sé a cuántos habrán bolseado, pero cuando bajé en la estación Zócalo, la mujer iba delante de mí y los dos tipos flanqueándome. Nos empujamos todos a la salida como suele pasar. Hasta ahí todo normal.

Salí a la calle y cuando metí la mano a la bolsa derecha del pantalón, ya no estaba mi cartera. Me paré en seco y por instinto la busqué en las otras bolsas. Por supuesto, no estaba. Respiré más o menos aliviado porque mi celular sí estaba en la bolsa derecha del saco. Empecé a ponerme nervioso y a hacer un recuento mental de lo robado –mientras caminaba adonde debía llegar–: una tarjeta se utiliza con NIP, no hay problema; la otra sí, pero no tiene tanto crédito; llevaba otra tarjeta de un centro comercial y temía que la utilizaran; la tarjeta de débito también es con NIP, por fortuna; la credencial de elector, a sacar reposición; la cartera, ya valió; también traía 900 pesos para hacer un pago en efectivo.

En la oficina empecé a cancelar todas las tarjetas; la primera fue la del centro comercial, por supuesto: En eso me llegó un mensaje de texto de un consumo de mil 180 pesos en un Oxxo del centro con una de las tarjetas de crédito. Me enojé inútilmente. Llamé al banco respectivo y me condonaron la deuda con el reporte de robo. Desde ese día ya no uso cartera y trato de llevar lo mínimo cuando me subo en cualquier trasporte público.

El trauma no se me ha quitado y creo que nunca se me quitará. Dos días después leí que detuvieron a una banda de ratas de dos patas, que operaban en el Metro Chabacano. Seguro esos fueron los que se llevaron mi cartera y las otras pertenencias, pero ya qué.

Foto: Archivo (Ilustrativa)

Arriba