Metropoli

HISTORIAS EN EL METRO

Espero que no me empiece a regañar o me ponga trabas por algún documento que no traigo, me dije.

TRAMITOLOGÍA

Por Ricardo Burgos Orozco

Ha sido una semana intensa de tramitología por diferentes razones y en diversas oficinas de la ciudad. Ahora he usado el Metro más de lo normal. Una ocasión tuve que ir de Copilco a Indios Verdes y entre las estaciones Potrero y 18 de Marzo estuvimos detenidos 17 minutos.

Algunos usuarios nos volteábamos a ver inquietos y nerviosos. Otros, como un hombre de traje, con la corbata desanudada y los ojos cerrados, repetida, pero suavemente, golpeaba uno de los tubos. La señora a mi lado soplaba la carita de su pequeña en brazos para bajarle el calor.

Mi terapia de espera es contar mentalmente los segundos hasta que se reanuda el servicio. En otro día de trámites, iba hacia cierta oficina en la Línea 2, debía bajarme en Normal, pero nunca llegué, alguien se arrojó a las vías del tren en Revolución y se suspendió el servicio no sé cuánto tiempo porque me bajé y tomé un Uber –otra herida más a mi tarjeta de crédito–.

Hace tres días fui a  las oficinas de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano —Sedatu, antes Reforma Agraria—para actualizar mi hoja de servicio. Viajé de Zapata a Juárez sin ningún contratiempo –aleluya–, pero el edificio es un inmenso monstruo de cristal y acero. Para subir al piso 15, donde es el trámite, debes tomar dos elevadores, el primero te lleva sólo al nivel 9 y ahí tomas el otro.

Al treparme a este segundo, se atoró, no avanzaba y por los ventanales se veía la avenida a lo lejos y hacia abajo. Me bajé de inmediato y preferí llegar por las escaleras. De miedo. Al día siguiente tenía que ir a Pensionissste de Vertiz ¡Trágame tierra! A ver con qué trabas me encuentro. Iba predispuesto y de malas. Subí al Metro y en el vagón iba un sujeto de esos que el baño y el desodorante le valen una pura y dos con sal. No aguantaba su olor  a sudor concentrado y no podía moverme a otro espacio.

Me bajé enojado en la estación Centro Médico. Llegué, no había tanta gente como imaginé. A los pocos minutos me atendió una mujer, guapa, pero muy seria –Espero que no me empiece a regañar  o me ponga trabas por algún documento que no traigo, me dije–.

No. Me sorprendió gratamente. Amable, profesional, eficiente, tranquila, resolvió mis dudas. Además me dijo: usted tiene un remanente en su cuenta de 2 mil 600 pesos; lo puede retirar cuando quiera. Es muy poquito, le contesté con falsa presunción. Aquí vienen hasta por 200 pesos de remanente, respondió. Pues lo retiro y sí que me hace falta, reconocí.

Me explicó cómo. A un lado, en su escritorio, tenía una cajita con la imagen de Jesucristo en la tapa. Me llamó la atención y le pregunté –metiche de mí–. Es un rosario que una cuentahabiente me trajo hoy de regalo de Tierra Santa, me explicó. Bien merecido; debería haber mucha más servidores públicos como ella. Salí complacido por la atención. En el regreso de Centro Médico a Zapata ya traía otro ánimo y tampoco hubo tipos apestosos junto a mí ni retrasos en el recorrido.

Foto: Archivo (Ilustrativa)

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