
Sebastián Godínez Rivera
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales polacas fue una de las más cardiacas en la historia de este país. La disputa entre el liberal, Rafal Trzaskowski y en nacionalista Karol Nawrocki no solamente derribó todos los sondeos que jugaban en contra de este último, sino que demostró que el radicalismo no está derrotado y solo necesitaba aceitar su maquinaria.
El ejecutivo saliente, Andrzej Duda, pasará la estafeta a Nawrocki quien milita en el partido Ley y Justicia; estos comicios no solo eran una lucha entre dos proyectos distintos, sino la posible salida de un régimen autoritario. Polonia ha sido una de las naciones más estudiadas por la Ciencia Política debido a su veloz proceso de democratización a finales de los ochenta y su regreso al autoritarismo en los primeros lustros del siglo XXI. Lo que ha sido estudiado por politólogos como Adam Przeworski, Daniel Ziblatt o Steven Levitsky y periodistas como Anne Applebaum sobre la erosión democrática polaca.
Sin embargo, la elección del 1 de junio también se centraba en el acercamiento con el proyecto europeísta contra el nacionalista; la independencia judicial ante el control político; y la reconstrucción institucional versus la erosión. Esto no quiere decir que Polonia se vacunaría de por vida o derrotaría de forma definitiva al iliberalismo que ha cobrado relevancia en Europa, pero sí hubiera sido un golpe fuerte a las derechas radicales de occidente.
La llegada de Nawrocki no es holgada, sino que asumirá el control de un país polarizado, el 50.89% votó por él y el 49.11% respaldó a Trzaskowski. El ejecutivo electo continuará con la misma línea de control institucional, sometimiento del Poder Judicial, persecución de las minorías de la diversidad sexual y con la implantación del nacionalismo radical. Empero, hay indicios de que este personaje es más pragmático que ideológico.
Su retórica estridente en contra de la comunidad de la diversidad sexual, algunas posturas misóginas y agresivas contra la inmigración le ganaron un amplio respaldo de la ciudadanía. Debido a esta táctica comunicativa, algunos medios de comunicación lo han apodado el Trump polaco, sin embargo, esto es erróneo, puesto que como se ha mencionado en otros textos este tipo de apodos solo buscan homogeneizar a los distintos liderazgos de derecha.
No obstante, Nawrocki si tiene una cercanía con el inquilino de la Casa Blanca; el pasado 2 de mayo el entonces candidato se reunió con Trump antes de la primera vuelta comicial. Cabe destacar que el partido Ley y Justicia tiene simpatías muy arraigadas por el magnate, al punto que cuando este ganó la reelección en 2024, miembros de este instituto político corearon su nombre en el parlamento.
Otra muestra de sus nexos se encuentra en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) cuando la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem llamó a votar por Nawrocki. Con eventos como estos es posible encontrar un nexo profundo entre las derechas radicales estadounidense y polaca, pero son argumentos suficientes para decir que el mandatario electo es un Trump más.
Nawrocki se identifica como un conservador, pero no está afiliado a la coalición de derechas que lo postuló y tampoco al partido Ley y Justicia, lo cual es un elemento a destacar. En diversos análisis se ha encontrado que los líderes políticos que no cuentan con una afiliación, tienden a ser más pragmáticos que sus contraparte ideologizadas. Un distintivo es que el presidente electo es un historiador y recurre constantemente al enaltecimiento de los polacos durante la Segunda Guerra Mundial.
Se considera un patriota que defiende los valores tradicionales, el derecho a la vida, se opone a la comunidad de la diversidad sexual y es anticomunista. Como muchos otros personajes que crecieron políticamente durante las transiciones a la democracia, el anticomunismo es parte de su cepa política. Otro elemento central de su agenda es que rechaza el proyecto europeísta al considerar que la Unión Europea viola la soberanía de las naciones; también está en contra del ingreso de Ucrania a la UE hasta que acepte su responsabilidad por el genocidio de polacos en Volinia durante la Segunda Guerra Mundial.
El presidente electo también enfrentará a su principal adversario a nivel interno, el Primer Ministro liberal y europeísta, Donald Tusk quien ha tenido una tensa relación con el mandatario saliente. La difícil cohabitación entre Tusk y Nawrocki se materializará en el veto de proyectos de ley, bloqueos de presupuesto y el intercambio de declaraciones por el proyecto de nación que cada uno impulsa.
En conclusión, el ballotage del 1 de junio no solamente dejó dividido al país entre quienes aspiraban a salir de un régimen iliberal y los que lo respaldan. Sino que el triunfo del nacionalismo ha demostrado que a pesar de la derrota de Ley y Justicia en el parlamento, los polacos sienten simpatías por los líderes fuertes como el de Duda o Nawrocki. Aunado a que los personajes iliberales no son tan frágiles como parecen, puesto que continúan ganando elecciones con reducidos márgenes de ventaja.
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Para DeReporteros