Columnas

El autoritarismo ¿enamora?

Sebastián Godínez Rivera 

El autoritarismo ha logrado captar la atención de varias personas en el mundo, al punto que mediante elecciones democráticas, personajes agresivos y antisistema acceden al poder. La ciudadanía de varias latitudes está desencantada con el status que no ha podido solucionar problemas heredados desde hace décadas como la corrupción, la violencia, la inseguridad o el estancamiento económico.

Si bien estos problemas tienen otros orígenes incluso antes de la transición democrática; no obstante, el concepto democracia ha sufrido un desgaste radical debido al abuso de este. En primer lugar, algunos politólogos como Adam Przeworski ha señalado que este concepto ha sido revestido con adjetivos como crecimiento económico, seguridad o beneficios que salen de la órbita de la democracia, entendida como mecanismo para la dimisión de conflictos por la vía pacífica, representación, rendición de cuentas o división de poderes si se habla de ella desde una visión procedimental.

Es importante quitar esos adjetivos a la democracia, los cuales han sido tierra fértil para que discursos emocionales y de denuncia contra los que han ostentado el poder proliferen. El autoritarismo no florece por una espontaneidad, sino que moviliza las emociones y toca el sentir del grosso de la población. Se vende como una oferta atractiva que promete la solución de problemas estructurales a través del sometimiento del pluralismo.

La gente se siente atraída por los outsiders por su mediaticidad en las redes sociales y sus discursos que penetran en el individualismo. Esto es un efecto similar a la atracción entre personas, ya que la habilidad para hablar no la tiene cualquiera; no solamente es escupir verborrea, sino contar con la habilidad para saber qué y cómo decirlo. El autoritarismo ha proliferado por la capacidad que tiene para seducir no solo mediante sus propuestas, sino por la mimetización que ocurre entre el caudillo y la masa.

Personajes como Trump en Estados Unidos, Modi en la India, López Obrador en México, Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador, Orbán en Hungría o Duterte en Filipinas no solo movilizaron el voto, sino que enamoraron a sus auditorios. Personajes que prometieron mano dura contra los criminales y erradicarlos fueron atractivos; la ruptura con los partidos y élites tradicionales enardecieron a las masas; y el propio carisma, visto desde Max Weber, es una forma de dominación que no cualquier político tiene. 

Al apelar la cultura pop y musical, Sabrina Carpenter tiene una frase que inspiró el título de este texto; corresponde a la canción Juno y dice “tú haces que me quiera enamorar”. La cual en el contexto de este artículo, ejemplifica cómo las personas se identifican con los liderazgos autoritarios. El enamoramiento por el autoritarismo se sostiene en que el caudillo dice lo que la mayoría quiere oír; personajes emocionales que provocan una defensa a ultranza de sus figuras. 

Entender a los líderes y partidos autoritarios no como un error histórico, sino como síntoma de la crisis de las instituciones y la democracia; aunado a la necesidad de que las mayorías gustan de la política emocional. La sensación que provoca un líder carismático no solamente es de fanatismo, sino que genera una dependencia, entre el caudillo y la masa.

Esto muchas veces genera una dificultad para entender ese apoyo a líderes carismáticos a través de las urnas, incluso que estos mantengan altos niveles de respaldo, a pesar de los malos resultados en el ejercicio del poder. El ascenso de personajes fuertes al poder ejecutivo no es nuevo, pero en el siglo XXI sus estrategias de seducción se han sofisticado y los frutos son palpables en todo el orden.

Incluso en proyectos que miden la calidad de la democracia, las personas encuestadas cada vez muestran mayor respaldo al autoritarismo, solo si este soluciona problemas como los antes mencionados. Esto puede explicarse por la cultura política de las sociedades y por el creciente descontento de la democracia, el cual es capitalizado por estos nuevos personajes. Entender la política como un cóctel de emociones brinda nuevos elementos para explicar por qué los autoritarismos se han vuelto atractivos y la democracia ha perdido ese aura seductora.

De

Para DeReporteros

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