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La democracia costarricense se sacude

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Sebastián Godínez Rivera

Históricamente Costa Rica ha sido una de las pocas democracias consolidadas en América Latina, sin embargo, al igual que algunas otras naciones del orbe, está enfrentando problemas. El autor intelectual es el presidente Rodrigo Cháves, quien ha comenzado a desacreditar a las instituciones como la Fiscalía, la Corte Suprema, la Asamblea Legislativa y el Tribunal Electoral. A cada una de estas instituciones las ha señalado de corruptas y trabajar para el sistema político.

Cháves mostró signos de agresividad desde 2024 cuando declaró que Costa Rica no era una democracia, sino la dictadura perfecta; luego cuestionó al Tribunal Electoral por determinar que no puede hacer promoción con sus logros de gobierno desde octubre de 2025 hasta el próximo años, esto para no afectar la equidad en los próximos comicios. También ha atacado a la Asamblea Nacional en donde carece de mayorías y al Poder Judicial que hace una semana pidió retirar la inmunidad presidencial.

El caso costarricense es muy distinto a los líderes iliberales que han surgido en México y Estados Unidos; tampoco es comparable con los neo autoritarismos como el de Bukele; y se aleja mucho de las tiranías como Nicaragua o Venezuela. Sobre todo, porque Cháves ha pugnado por lacerar internamente al sistema político, empero, su debilidad yace en que carece de mayorías legislativas, su capacidad de movilización está contenida, aunque su discurso es preocupante, pero no exclusivo de la región.

No obstante, desde las elecciones de 2018 cuando compitió por la presidencia su retórica antisistema lo catapultó entre los otros contendientes. Habló de una democracia popular, reformar la Constitución y promover un discurso elevado de tono contra sus adversarios. El contexto político influye en personajes que aspiran al poder y estos no aparecen por casualidad o por generación espontánea. Esto le ha ganado el mote de populista, sin embargo, el término es mal utilizado.

Desde la Ciencia Política se han estudiado a liderazgos que utilizan discursos populistas y sentimentalistas para ganar el poder, pero esto no los convierte en populistas; por ejemplo, Boris Johnson en Reino Unido o Xiomara Castro en Honduras. Politólogos como Maria Esperanza Casullo y Harry Brown Aráuz, consideran que el ejecutivo de Costa Rica ha recurrido al mito populista, es decir, apela a que el pasado fue mejor y generó felicidad a la ciudadanía, sin embargo, la clase política ha generado el declive del país.

Asimismo, también identificaron que Cháves no reniega de la democracia como lo hacen otros líderes que cuentan con todas las credenciales del populismo. Además, identifican que el presidente se ha decantado por un modelo económico similar al de Singapur, el cual es un régimen de partido hegemónico. Con todos estos elementos, es posible vislumbrar que Cháves no cuenta con el apoyo necesario para transformar al país por sí solo, entonces ha recurrido a lo discursivo para polarizar y confrontar las instituciones.

Con los elementos antes descritos, el presidente costarricense debería ser catalogado como su par colombiano, Gustavo Petro, un demagogo. Al referir a este concepto, se hace de manera científica y significa, el seductor del pueblo. Los demagogos han existido desde la antigüedad e incluso los filósofos griegos como Platón o Aristóteles advertían de los riesgos que conlleva la demagogia. Esta se caracteriza por buscar el apoyo de las mayorías, movilizar a la ciudadanía y sustentado en la propaganda.

Cháves busca presionar a las instituciones y victimizarse ante su auditorio, lo cual es una táctica rentable porque se muestra como el que ha intentado cambiar a un sistema, pero este se resiste. Ahora bien, esto no quiere decir que en automático funcione al contrario, muestra de una demagogia limitada está en Colombia; a pesar de que Petro ha intentado polarizar y sacar a sus seguidores a la calle para presionar a la oposición, muchas veces ha tenido que virar, en consecuencia, la oposición se ha fortalecido.

Petro ha señalado a los magistrados de la Corte de corruptos; atacado al legislativo de no apoyar sus proyectos y al órgano electoral por abrir una investigación por presunto financiamiento ilícito en su campaña presidencial. Estos pasos han sido seguidos por Cháves. Lo cierto es que ha despertado la preocupación de diversas voces, quienes intentan advertir del peligro que conlleva la penetración de un discurso agresivo en la población.

Ahora bien, Cháves pretende posicionar a su partido rumbo a las elecciones del próximo año, sin embargo, Costa Rica prohíbe la reelección consecutiva. Esto no quiere decir que con el fin del mandato se extingue el discurso demagógico, al contrario este puede continuar desde otras trincheras. Sin embargo, el mandatario tico es producto de los líderes que colindan con su nación y de la ola de discursos que seducen a las mayorías.

Otro rasgo característico de este personaje es que siente afinidad por el populismo punitivo de su vecino Nayib Bukele. Cháves ha acusado al Poder Judicial y al congreso de no aprobar leyes más duras contra los criminales; en una visita que realizó el líder salvadoreño pidió dar todo el poder a su homólogo para que debilite a las pandillas. Sin embargo la seducción bukelista ha atrapado a líderes de izquierda como Xiomara Castro de Honduras y a presidentes de derecha como Javier Milei de Argentina.

El ejecutivo costarricense también ha sucumbido ante la mano dura de El Salvador y no oculta su simpatía e intención de copiar el modelo. Otro elemento que ha despertado preocupación es que mantiene una relación cordial y amistosa con la autocracia nicaragüense encabezada por Daniel Ortega y Rosario Murillo. Cháves ha declarado que no es nadie para calificar a su vecino de una dictadura, sino que a pesar de las diferencias hay un respeto mutuo e incluso se brindan consejos vía telefónica. 

Este comportamiento ha servido para corroborar que el presidente tiene un lado autoritario el cual llena mediante la convivencia con líderes que no necesariamente se conducen dentro de los caudales democráticos. Es pertinente señalar que las y los politólogos nos hemos dedicado al estudio de los populismos, el iliberalismo y la erosión democrática en países que han cobrado popularidad; Estados Unidos, Hungría, México, Brasil, Turquía o Polonia por mencionar algunos. 

Sin embargo, el populismo centroamericano ha sido poco estudiado y muchas veces esta región ha sido invisibilizada. Quizá por eso es difícil diagnosticar y dar seguimiento a estas naciones que escapan a la ola tradicional. Los más conocidos son Nayib Bukele por su política de mano dura y Daniel Ortega que ha convertido a Nicaragua en un régimen sultanístico. Pero de una revisión más detallada a los casos de esta región, es posible advertir de la aparición de demagogos como Cháves, izquierdas de mano dura contra el crimen como Castro en Honduras o herederos del carisma como el panameño Raúl Mulino.

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Para DeReporteros

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